Un buen día un burro se mofaba de un
potrillo, que dicho sea de paso por su edad no tenía aun la elegancia, garbo y
belleza de su padre, el burro se veía asimismo, mucho más alto, más fuerte, más
inteligente y que decir de su belleza hacía gala que no había hembra que se
haya resistido a sus encantos.
El potrillo ante tanto insulto del
jumento, fue en busca de su padre, y contándole lo que le había sucedido, éste
pidió que él hablara con el asno para que deje de fastidiarlo.
El hermoso corcel, no se inmutó, solo
le pidió al hijo que le ayudara a trasladar un gran espejo, que lógicamente
puso frente al palenque donde estaba el asno. Y luego saludando al burro con
cortesía posó con su hijo frente al espejo junto al sorprendido asno.
Inmediatamente el burro, se puso rojo
de vergüenza, vio la enorme diferencia entre él y el corcel, sin poder
contenerse, volteo la mirada al potrillo, agacho la cabeza y se dio media
vuelta pues no quería seguir viendo su imagen en ese espejo y menos junto a los
caballos.
El corcel acercándose al burro dijo
estas sabias palabras: hijo, cada uno de nosotros es lo que nos dio la
naturaleza, no somos culpables de ello, la felicidad existe cuando comprendemos
y aceptamos quienes somos, cada especie tiene lo necesario para afrontar las
exigencias de la vida, yo a través de este espejo, te veo hermoso, me siento
raro a tu lado, pero hay una diferencia entre tú y yo, yo acepto lo que soy.
El burro algo consternado todavía,
sintió que un gran peso salía de su alma, le sorprendió tanto la amabilidad del
corcel que por primera vez se sintió muy bien a su lado. Comprendió entonces
que el gran alivio que sentía era porque desterró de su espíritu la
envidia.
Lamentablemente los humanos siendo de
una misma especie despotricamos y nos hacemos daño entre nosotros, pienso que
antes de hablar de los demás, mirémonos en un espejo, seguro que no le quedara
ganas de ofender a su hermano.
Eleyzam
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