Hugo Chávez incrementó la dependencia del petróleo hacia niveles delirantes
Humberto Decarli / Soberania.org
Nicolai Kondrátiev fue uno de los primeros en hablar de los ciclos económicos del capitalismo. Señaló que había expansión, recesión y depresión, según fuera que la economía creciera, bajara o se encontrara en el umbral del colapso. Esta tesis, propuesta para explicar a ese modo de producción, le costó la vida porque Stalin sostenía la inexistencia de tales fases dado que estaba destinado a desparecer irremediablemente a corto plazo.
Asimismo, la ciencia económica se refiere a la inflación y a la deflación como mecanismos de subida y bajada de precios en un determinado momento y lugar. Podría ser por excedente de la oferta o la demanda pero existen otros factores capaces de provocar esa situación como el caso venezolano donde la devaluación del signo monetario ha sido la causa histórica de la inflación.
La palabra stagflaction, castellanizada estanflación, fue empleada inicialmente por un ministro británico en la década de los sesenta en un discurso ante el parlamento. Se trata quizá del peor momento de la actividad económica y es una mezcla de recesión con inflación, vale decir, un decrecimiento del Producto Interno Bruto acompañado de una elevación de precios como mecanismo para regular la oferta limitada de bienes y servicios.
La experiencia venezolana
Venezuela ha tenido en algunas oportunidades este aciago fenómeno consecuencia del modelo rentista existente desde la dictadura gomecista. Normalmente cuando había incremento de los precios del barril petrolero la economía se expandía y al fluctuar en sentido contrario emanaba un estancamiento y caída. Es la caracterización del esquema reinante acá por la monoproducción y la dependencia de los hidrocarburos.
Asimismo, la devaluación del signo monetario es la causa histórica de la inflación en el país porque decidirla no se ha correspondido con una estrategia económica sino a carencia de liquidez pública para afrontar los gastos del Estado, principal motor de la dinámica de la nación, generando un déficit fiscal al cual debía responderse inmediatamente. La manera como se ha combatido ha sido monetarista porque se restringe la liquidez cuando sube y se libera la masa dineraria cuando está relativamente baja.
Crónica de una muerte anunciada
La coyuntura presente no es casual. Es la consecuencia lógica de un esquema rentista-extractivista que ha reinado en el país desde la administración de Juan Vicente Gómez hasta la actualidad. Alberto Adriani fue el primero en denunciarlo cuando se dio cuenta de la aberración de depender de un solo producto y preconizaba la necesidad de asociarla a un proceso industrial; posteriormente Uslar Pietri lo llamó la ‘siembra del petróleo’, vale decir, invertir la renta petrolera; Pérez Alfonzo, fundador de la O.P.E.P., con gran autoridad sostenía la necesidad de diversificar la economía y Domingo Alberto Rangel llamó a la política petrolera chavista, igual a las anteriores, como la conformación de un emirato petrolero con la diferencia en que las monarquías medievales de la península arábiga al menos invertían en el mundo de desarrollo sostenido en el llamado reciclaje.
Desde los años veinte, a pesar de las advertencias, se formó toda una cultura rentista según la cual no había requerimiento de producción porque con la ingente entrada de petrodólares la importación resolvía la adquisición de toda clase de bienes y servicios. Los gobiernos de facto a partir del caudillo de la Mulera, siguieron ese esquema pero todavía había algo de producción nacional, industrial y agrícola.
La primera gran bonanza nacional de Venezuela como país, como lo precisa Carlos Irazábal en su clásica obra histórica‘Hacia la democracia’, fue inmediata a la terminación de la primera guerra porque la devastación acontecida en el viejo continente elevó los precios del café y del cacao hacia la cúspide y recibimos una entrada inusitada y considerable. Sin embargo, Gómez y sus amigos se encargaron de despilfarrar en pocos años esa entrada inesperada de divisas.
No obstante, a finales de la década del veinte del pasado siglo, el petróleo comenzó a exportarse como fuente energética y de nuevo se produjo un excedente financiero que el benemérito diluyó en medio de su dominio autoritario de la nación.
Con el advenimiento de la democracia clientelar se han presentado tres períodos en los cuales el oro negro incrementó desproporcionadamente su precio. El primero, con la gestión inicial de C.A. Pérez se produjo una borrachera financiera al pasar aproximadamente de tres a doce el valor del barril en dólares gracias al embargo petrolero por la guerra del Yom Kippur. El segundo, con la administración de Luis Herrera Campins, motivado a la guerra entre Irak e Irán; y el tercero, con el régimen de Hugo Chávez por múltiples factores como la escasez de oferta de fuente energética fósil, la guerra interna de Nigeria, la poca rentabilidad de la refinación, la emergencia de China y la India incrementando los requerimientos energéticos de estos dos gigantes y los recortes de la O.P.E.P.
Todas esas subidas desmesuradas del excremento del diablo generaron una entrada dineraria increíble pero no se emplearon en lo más mínimo en la diversificación de la economía o de cualquier otra experiencia como la autogestión. El puntofijismo apuntó a la reducción del área industrial y al izamiento de las exportaciones con el abultado ingreso de petrodólares pero Chávez incrementó la dependencia del petróleo hacia niveles delirantes. Cuando el líder militar asumió el gobierno 88 de cada 100 dólares exportados provenían del petróleo y ahora es de aproximadamente 97. Es una monoproducción supeditada a las fluctuaciones de su valor en los mercados internacionales, obtenidos de la manera más neoliberal, vale decir, por las exigencias entre la oferta y la demanda.
Las voces serias del país señalaron este rumbo pero los factores internos de poder fueron sordos y cumplieron a cabalidad el rol asignado a Venezuela por los agentes internacionales, esto es, ser unos simples proveedores de fuente energética fósil para el mercado mundial.
Sucede que China y la India disminuyeron su crecimiento el cual no era eterno; y Estados Unidos subió su producción de gas y petróleo con el método del fracking y aunque fuese antiambiental resolvía coyunturalmente las necesidades de energía. Además, está pendiente el abaratamiento de las fuentes alternas ocasionado por la tecnología por lo cual el futuro petrolero es bien difícil.
Annus horribilis
El presente año ha sido uno de los más graves de la historia económica nacional. A la coyuntura de inseguridad generada por la carencia de políticas preventivas frente al delito, el estímulo a los grupos paramilitares denominados incorrectamente colectivos, la impunidad, la desmoralización total de las personas, la existencia de un Estado policial, la militarización de la sociedad venezolana, el abuso de poder y la corrupción, han incidido en colocar a la nación entre las más peligrosas del mundo y a la ciudad de Caracas solo detrás de hondureña San Pedro de Sula, se le aúna todo el paisaje económico-social con planos demenciales.
En efecto, los problemas económicos y sociales se han desbordados y estamos regresando a niveles previos a la actual bonanza petrolera. Las metas del milenio para reducir la pobreza se han desvanecidos porque el chavismo ha aplicado políticas asistencialistas como sus precursores adecos-copeyanos y no han estimulado la creación de herramientas para salir de la espantosa desigualdad existente.
Como el precio petrolero no permite la disponibilidad de divisas para cubrir las importaciones y no hay inversión industrial ni agrícola, hemos desembocado en la escasez y el desabastecimiento. Nadie cree en la hipotética guerra económica argüida por el gobierno en su neolenguaje para justificar la ausencia de alimentos, medicinas y repuestos para vehículos. Adicionalmente la deuda externa e interna pública impide disponer de dinero para paliar nada. Mientras más dinero recibe el Estado más se endeuda en una suerte de paradoja tradicional.
Igualmente el madurismo, siguiendo la tradición de Betancourt-Caldera y Chávez, ha empleado una política financiera monetarista para combatir la inflación. Es el subsidio al sector financiero, el aumento del encaje bancario y la emisión de bonos para absorber la masa monetaria pero ante la imposibilidad de recuperación, la generación de dinero inorgánico y la devaluación a través de tres tipos de cambio oficial y uno paralelo, único existente operacionalmente porque no hay en el mercado. Es tan desigual la paridad monetaria que el valor real del Bolívar frente a la moneda americana no transciende los 200 Bolívares resultado de dividir el dinero y cuasidinero, la liquidez monetaria, entre las reservas internacionales pero el mercando paralelo ronda entre 700 y 800.
Esta megadevaluación ocasiona una hórrida inflación a pesar de la opacidad gubernamental que prohíbe al Banco Central de Venezuela la publicidad de los dígitos para así no haber evaluaciones de las políticas públicas. Aparte es relevante añadir la irrisoria estructura salarial para entender perfectamente la pobreza y desesperación de la población.
El contrabando de extracción de la gasolina es cuasipúblico pero no el minorista de los pimpineros y camiones cisternas sino el de gran escala hacia el Caribe y Colombia. Esta nación es exportadora de gasolina gracias a esta evasión fiscal.
Resultados al final del año: la estanflación
Secuela de las anteriores circunstancias el epilogo de este año es la estanflación. La inflación supera con creces los tres dígitos, el Fondo Monetario Internacional la fija en 160% pero las calificadoras de riesgos la ubican en más del 200% e indican estar a las puertas de una hiperinflación. La contracción económica está calculada en una oscilación entre el 7 y el 11% del Producto Interno Bruto.
El aparato económico está reducido y ello genera desempleo. El Estado debe asumir parcialmente la carga social con dos millones y medio de empleados públicos y un millón y medio receptores de las misiones. Las pensiones de vejez, expresadas en salario mínimo, no alcanza para nada y la desesperación se apodera de los hombres y mujeres. Tampoco existe seguridad social que ampare a la gente, completando el cuadro dantesco.
Salir de este agujero negro será complejo porque la cultura de la monoproducción está arraigada en la clase política. Solo un giro de ciento ochenta grados facilitará un cambio real, lo contrario es correr la arruga indefinidamente como hasta ahora ha acontecido. Pero lo absolutamente cierto es que este modelo ha tenido un desenlace espantoso para la población quien a fin de cuentas es la destinataria de todos estos desaciertos y aberraciones.
Humberto Decarli | Abogado, activista social y miembro de la redacción de El Libertario.
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