China despierta de su sueño capitalista de todo a cien
La gigantesca explosión que sacudió esta semana la ciudad portuaria de Tianjin parece una metafórica premonición de lo que podría ser el devastador efecto del estallido de su burbuja económica sobre la economía mundial, del que las recientes devaluaciones del yuan son solo el aperitivo.
Carlos Esteban
Tuve la suerte de trabajar en un diario económico en los años noventa, cuando la economía japonesa se iba a tragar América como si fuera un pastelito de crema. Todo era Japón, todo eran técnicas japonesas de producción, de venta, de gestión. Había que imitarles en todo, y en los gurús y ejecutivos podía notarse una mezcla de aprensión y admiración hacia todo lo nipón que se advertía a la legua. Fue entonces cuando Michael Crichton lanzó su superventas 'Sol Naciente', que explotaba esa generalizada impresión de un Japón imparable.
Y, de repente, todo se vino abajo. Japón se convirtió en el "hombre enfermo de Asia", con una deuda elefantiásica y una población envejecida. Tokio ya no era el corazón del mundo financiero, más bien su hígado enfermo. Y empezamos todos a hablar de China.
Los pijos enseñan a sus hijos a hablar chino y comentan todo lo que venga de allí con reverente estupor. Este año su PIB superó al estadounidense por primera vez. ¿Qué más prueba puede haber? Cegados por el brillo del oro de un mercado tan gigantesco y repentinamente 'liberado', todo el mundo, empezando por los gobernantes, estaban más que dispuestos a pasar por alto el hecho de que el país siguiera gobernado con mano de hierro por el mismo Partido Comunista que causó millones de muertes con el Gran Salto Adelante, que hubiera masacrado a quienes pedían un poco de libertad en Tiananmen o su atroz historial en derechos humanos. Pelillos a la mar.
Hasta la muerte de Mao, China era de las pocas potencias atómicas con hambrunas masivas, un desastre económico de proporciones épicas. Luego llegó Deng Xiaoping -"gato negro, gato blanco, lo importante es que cace ratones"- y, cuenta la leyenda, descubrió el capitalismo y que hacerse rico, textualmente, "es glorioso". Pero eso es cierto solo a medias: lo que descubrió China fue la máquina de hacer billetes o, si se prefiere, el keynesianismo "a la pequinesa".
El mundo, que acababa de ver estupefacto cómo las protestas en Moscú, Berlín, Praga, Bucarest y otras capitales del Bloque Soviético hacían caer el régimen, se consoló de la terrible decepción de Tiananmen cuando los gurús liberales le aseguraron que la libertad económica es imposible sin la política y que, liberado el mercado, la tiranía del Partido no tardaría en caer. No tengo que decir que aún estamos esperando.
Pero, tratándose de una dictadura, ¿por qué creer sus cifras? ¿En qué sentido es 'libre' una economía en la que el Estado supervisa todo, controla todo y es necesario su 'placet' para todo, una tiranía tan abracadabrante que decide cuántos hijos pueden tener las parejas chinas (uno, hasta ahoraI)? ¿Y si todo es, al menos en parte, una gigantesca 'aldea Potemkin', algo parecido a esos decorados de prosperidad que el primer ministro de Catalina la Grande levantaba al paso de la zarina?
Hay ya razones sobradas para sospechar que China es la mayor burbuja financiera e inmobiliaria de la historia, una trama de especulación, fraude, mentiras, proyectos faraónicos y absurdos, empresas tan transparentes como un ladrillo y malversaciones salvajes que afectan directamente a 1.300 millones de personas e indirectamente a todo el planeta.
El comunismo era una fantasía que no funcionaba, y lo que le ha sucedido -el 'milagro chino'- es una fantasía que ha funcionado durante algunas décadas y a la que ha recurrido el Partido como Mao recurría al terror: para mantener el poder a la desesperada. El milagro no es tanto la economía china como la credulidad interesada de los analistas occidentales ante una inflación monetaria y crediticia como no han conocido los siglos.
Al iniciarse el milenio, China tenía una deuda financiera en circulación de un billón de dólares -una minucia frente a los 27 billones de dólares de Estados Unidos-; hoy llega casi a los 25 billones, es decir, se ha multiplicado por 25 bajo el control de unos ancianos mandarines que todo lo que saben de economía lo aprendieron leyendo el Libro Rojo de Mao. ¿Hay o no para preocuparse?
Ninguno de los mecanismos de mercado que se dan por supuestos en un sistema occidental son aplicables, ni la banca -que es una serie de gigantescos departamentos estatales que funciona por criterios políticos-, ni bolsa no groseramente manipulada, ni contabilidad supervisada y homologable, ni nada de nada. Los precios en una economía de mercado son la información clave; en China significan, en expresión de Humpty Dumpty, lo que el Partido quiere que signifiquen. El cáncer keynesiano que está acercando la economía mundial al punto de ignición con su perpetua solución de ahogar las crisis en un océano de billetes (metafóricamente hablando) ha alcanzado en China la fase terminal y las metástasis invaden todos los aspectos de su economía. El espejismo chino se ha construido al modo de un 'culto de cargamento', calculando que si se imitaban las formas, modos y lenguaje del capitalismo occidental se podrían conseguir los mismos resultados sin necesidad de la ardua y prolongada formación de los mecanismos que ha desarrollado el capitalismo occidental.
En un periodo normal de expansión no todo es coser y cantar: hay baches, quiebras, transferencias de capital de un sector a otro... China, en cambio, ha visto crecer su PIB en diez billones de dólares en lo que llevamos de siglo sin, al parecer, un solo fallo. Si algo falla, el Estado pone el dinero y a correr. Por ejemplo, hay setenta millones de apartamentos de lujo vacíos, como para albergar a toda la población alemana. China ha usado más cemento en los tres -tres- últimos años que Estados Unidos en todo el siglo XX. Sí, es un país muy poblado pero, ¿tiene esto algún sentido? ¿Tiene sentido construir de la nada megalópolis como Ordos, en la Mongolia Interior, donde solo el 2% de los edificios están habitados? ¿Imagina lo que debe ser vivir en una Barcelona con los mismos edificios que ahora pero solo unos 30.000 habitantes?
La economía china es tan exitosa y rentable como las inversiones de Maddof, una pirámide financiera de proporciones terroríficas. La artificialidad de los precios les priva de todo su valor informativo, dando como resultado la mayor cadena de inversiones desastrosas conocida hasta la fecha. Crédito, construcción, más crédito que toma lo construido como aval, y así hasta el infinito. O hasta que el absurdo del sistema empieza a hacerle renquear.
Ningún país es una isla, y aun mucho antes de la globalización una crisis china reverberaría en las demás economías. Pero, tras la globalización y la dependencia extrema de unas economías con respecto a otras y muy especialmente todas con respecto a China, la 'caída de Pekín' puede iniciar una reacción en cadena que ponga al descubierto la fragilidad del sistema financiero mundial.
China era la última esperanza de un sistema internacional basado en la deuda impagable y en la extensión ad infinutum del crédito. Con el dinero barato, barato que ofrecía la Fed de Yellen, los mercados financieros ya no eran el lugar donde financiar proyectos rentables, sino donde hacer rentables cualquier proyecto, tuviera o no sentido comercial.
Cuando China despierte, el mundo temblará, advertía Napoleón. China está despertando de su sueño capitalista de vino y rosas, con una monumental resaca. Y el mundo ha empezado a temblar.
Fuente: http://www.gaceta.es/
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