martes, 2 de febrero de 2016

Una Europa que ya no tiene aspiraciones socioeconómicas

europa-compressoreuropa-compressor
Desde hace décadas me pregunto qué factores llevan a la rápida evolución socioeconómica de determinados países, la cual a veces tiene lugar incluso después de un conflicto bélico que deja el país como un solar, mientras que otros países por el contrario permanecen estancados durante décadas. ¿Qué llevó a Europa o Japón a reconstruirse tan rápidamente (pasando de puntillas sobre los planes Marshall y similares) tras quedar en ruinas con la segunda guerra mundial, y qué hace que continentes como África tengan que resignarse a ver avances socioeconómicos que sólo llegan con cuentagotas?.
La misma cuestión se la planteó @kike_vazquez en uno de sus excelentes artículos, “La nueva era de China”. Aparte  recomendarles encarecidamente su lectura, les diré que el artículo alcanza su pleno esplendor con un final en el que el economista concluye que es la formación y el know-how de los individuos que sobreviven lo que permite que algunas naciones puedan reconstruirse tan rápidamente, y ocupar de nuevo en tan sólo unos lustros una posición relevante en el mundo. Capital humano, es la clave que estamos buscando.
Con el permiso de @kike_vazquez, me atrevo a pensar un poco más allá sobre esta cuestión, y me gustaría hacerles reflexionar sobre algún otro factor que seguro estarán ustedes de acuerdo en aceptar al menos como digno de consideración. Debido a que la mayoría de las infraestructuras públicas y privadas han desaparecido del mapa en caso de guerra, el factor clave efectivamente ha de ser el capital humano, pero sin pretender poner esto en duda, ¿No piensan ustedes que además existen otras facetas del mismo, aparte del know-how y la formación, que podríamos considerar también relevantes?.
Se trata de aspectos igualmente socioeconómicos, pero con el foco puesto en otro punto. Los ideales. Contar con un modelo y un proyecto común como país al que se aspira. Saber qué es lo que se pretende conseguir. Conocer la meta a la que se quiere llegar y los sucesivos caminos que se han de seguir. Todas estas cosas son factores que, en países calificados como desarrollados hasta que fueron destruidos, aportan la fuerza y el empuje de un proyecto común a ciudadanías que anhelan volver a recuperar el progreso que alcanzaron en su día, y que tristemente han acabado perdiendo. Pero es verdad que además tienen la gran ventaja adicional de que saben perfectamente cual es el camino y los medios que necesitan, pues en su momento ya los tuvieron. No lo pongan en duda, lo que también contribuye considerablemente a escaparse más rápidamente de un agujero negro es la fuerza de creer de forma colectiva en unos objetivos adecuados. Las sociedades alcanzan sus grandes logros en los momentos de la historia en los que casi todos los ciudadanos unen sus fuerzas a favor de a una causa común apropiada.
No les puedo negar que en naciones como China dicha agregación de esfuerzos tiene lugar de forma natural por sus características políticas, pero en países con sistemas democráticos, la naturaleza plural y diversa que les caracteriza hace que los agentes socioeconómicos sean evidentemente heterogéneos, con lo cual dicha agregación de esfuerzos es mucho más complicada de alcanzar. Realmente en estos casos ocurre en momentos y situaciones en las que surge una unanimidad que nace al mirar todos los ciudadanos hacia el futuro en la misma dirección. Sucedió en Europa después de la segunda guerra mundial, sucedió igualmente en Japón… y ustedes mismos pueden juzgar el resultado.
El problema con todo lo anterior es cuando el futuro es incierto y el camino que hay por delante es terreno nuevo por pisar. Centrándonos en el caso concreto de nuestra Europa, actualmente arrasada por la crisis, era más fácil como sociedad saber reconstruir una Europa destruida transformándola de nuevo en un crisol de naciones pujantes, que seguir adelante con el actual proyecto de una Europa que no se tiene muy claro a dónde queremos que nos lleve. A raíz de ese desacuerdo sobre el presente e incertidumbre sobre el futuro, tenemos Europa como la tenemos.
Personalmente echo mucho en falta un proyecto común de Europa, algo en lo que miro con nostalgia a los años 80. Actualmente no lo hay. Los esfuerzos de todos los europeos no se dirigen hacia un mismo objetivo. Somos como cuadrigas atadas tirando cada una en una dirección distinta. Tan sólo tenemos unas estructuras supranacionales llenas de eurócratas acomodados que no hacen sino dirigir cada uno con su batuta una misma orquesta que en el mejor de los casos sólo consigue desacompasada música dodecafónica, nada que ver con los melodiosos acordes de la “Oda a la Alegría” de Beethoven que se adoptó como himno europeo, simbolizando unos sinfónicos ideales que se están desvaneciendo peligrosamente.
Les dejo con una reflexión que hacía hace algunos años un cantautor argentino que nos amenizaba la velada en un café-teatro del madrileño barrio de Huertas. Contaba cómo un padre y un hijo iban caminando juntos por el desierto y el hijo le preguntaba al padre: “Papá, papá, ¿Para qué sirven los ideales si son inalcanzables?”. A lo cual el padre contestaba: “Hijo, los ideales sirven para caminar”. Apliquémonos el cuento. Mirémonos en el espejo de aquellos países que han progresado en algún aspecto socioeconómico y pongámonoslos como modelo. Aspiremos a ello. La autocomplacencia y la resignación sólo llevan al estancamiento, si no a la regresión. El movimiento se demuestra andando, y para andar hay que saber a dónde se quiere ir, aunque no se llegue nunca al destino.
Sígueme en Twitter: @DerBlaueMond o en mi sitio web

No hay comentarios:

Publicar un comentario