“Hubo una batalla en el cielo; Miguel y sus ángeles peleaban con el dragón. Peleó el dragón y sus ángeles y no pudieron triunfar… Fue arrojado el dragón grande, la antigua serpiente, llamado Diablo y Satanás… y sus ángeles fueron con él precipitados” Apocalipsis 12:7-8
Por curioso que pueda parecer, si en la cita de la entradilla no se repara en el Libro, capítulo y versículos de la Biblia al que se refieren, cualquiera pensaría que se trata de la batalla antigua que libraron en los cielos ángeles y demonios, o aun cualquier referencia a aquel suceso que recogen casi todas las tradiciones orales o escritas de la práctica totalidad de las culturas más antiguas de la Tierra; pero no es así. En este caso, se refiere al Apocalipsis, a la Revelación, y relata la visión de un evento que pretendidamente tendrá lugar al final de los tiempos. Así, lo que parece que se inició con una desobediencia y una batalla que forzó que los ángeles díscolos, Satán y sus huestes, o si se prefiere los Vigilantes que se mencionan en el Libro de Enoc, se precipitaran “castigados” a la Tierra y quedaran recluidos en ella para siempre, habrá de repetirse nuevamente en el algún momento del futuro, cerrando con ello un ciclo de una edad indeterminada que los hebreos cifran en 7 milenios.
Esta batalla celeste es común a todas las mitologías, y dado que entre las culturas de cada una de ellas no hubo contacto de ninguna clase, es razonable concederlas el crédito nacido de un suceso que los relatores o sus ancestros debieron haber presenciado o vivido. Es prácticamente lo mismo que hemos analizado respecto del otro “mito”, el Diluvio, y todas esas narraciones de lo remoto vinculan ambos sucesos, frecuentemente considerando el exterminio de la vida en la Tierra como consecuencia de esa batalla, cuando Dios, o los “dioses” (los iggigi), quisieron borrar la obra de los ángeles caídos (o anunnakkis). Hago esta referencia paralela entre las dos descripciones, semita y sumeria, porque si bien la práctica totalidad de las tradiciones semitas están recogidas en la Biblia, con la salvedad del Libro de Enoc, los rollos del Hag Hamadi y la Biblia Kolbrin, la sumeria es más rica en matices. Dos formas distintas, en fin, de relatar los mismos hechos.
Según las referencias sumerias que han llegado hasta nosotros, bien a directamente en los fragmentos de tablillas originarios de esta cultura, o bien a través de las adaptaciones acadias, babilonias o neobabilonias de este suceso, parece quedar fuera de toda duda que en primera instancia los dioses crearon al hombre, “mezclando su sangre con barro”, según citan textualmente. Una clara metáfora que alude a cierto tipo de ingeniería genética, si por “barro” entendemos lo disponible en la Tierra, homínidos por ejemplo, y por “su sangre” su propio código genético. De los tres intentos que realizaron, es el tercero el que da como resultado una criatura “a su imagen y semejanza”, acaso diferente pero con parecido número de miembros, inteligente hasta cierto punto y con una longevidad razonable, si tenemos en cuenta las edades de los antiguos patriarcas bíblicas en comparación con las de los primeros reyes antediluvianos. Unos días, los de la vida de los hombres, que sabemos por esas mismas tablillas y también por la misma Biblia, que fueron acortados a los supervivientes del Diluvio, reduciéndolos por Dios, los “dioses” o los iggigi a un máximo de 120 años. Pero ¿quiénes fueron o son los anunnakkis y los iggigi?…
La creación del hombre obedece, según la tradición sumeria, a dos causas bien diferentes: una, a la necesidad de los “dioses” de disponer de esclavos y servidores para extraer el oro que necesitaban en su planeta de origen; y dos, que fueron creados como hijos de una civilización mayor, un poco a imagen como un hombre, por amor, propaga su vida a través de un hijo. Las dos literaturas coexisten en el memorial sumerio como si dos especies o tendencias distintas de relatores refirieran cada una de ellas. La más extendida, la que menciona que los hombres fueron creados como esclavos, no solamente es radicalmente opuesta a la otra, sino que considera a los iggigi como espíritus inferiores, una cierta clase de demoñuelos que servían a los anunnakkis en las labores más duras, y cuyo imaginario se extendió durante siglos por todo el área caldea. Sin embargo, si los anunnakis ya disponían de una especie de esclavos, ¿a qué crear otra carnal que, además de todo, se fatigaban, había que alimentarles y precisaban cuidados?… No parece tener esto demasiado sentido, y para encontrarle alguno, quizás, habría que considerar como más veraz la otra narración de que los hombres fueron criaturas muy bien pensadas y elegidas, y que los “castigados”, los anunnakkis, torcieron la Historia para hacer creer a los supervivientes del Diluvio que lo malo era lo bueno, y viceversa. La Historia, después de todo, siempre la escriben los vencedores y suelen dorarla a su favor. Ateniéndonos, pues, a este segundo relato, podemos dar forma al orden de los sucesos de modo que nuestra protohistoria cobre un giro tan lógico como coherente.
Imaginemos que, efectivamente, los hombres fueron creados como una civilización hija de los dioses a la que debían tutelar hasta que se desarrollara; pero que ellos tuvieron que partir cuando su planeta se alejó de la órbita de la Tierra, dejando a una pequeña fracción, los Vigilantes o los anunnakkis, velando porque la nueva especie evolucionara sin mayores obstáculos. Ellos, los Vigilantes o los anunnakkis, cumplieron su función en primera instancia, vigilando la Tierra desde alguna parte del espacio, puede ser que desde una nave espacial o desde Nin, la Luna, pero un día, hastiados de su soledad de milenios, vieron tan hermosas a las hijas de los hombres, tan parecidos a ellos, que se conjuraron para descender y tomarlas. Esta historia, replicada tanto en los textos sumerios como semitas, varía en el número de los conjurados, siendo 900 para los sumerios y 200 para los Vigilantes que se describen el Libro de Enoc. El resultado de ese mestizaje es la raza de los gigantes, los nefilim, pudiendo entenderse por tales criaturas de tamaños enormes, pero también seres con unas características muy superiores a los mortales comunes. Si nos detenemos un momento a considerar esto, ambas cosas pueden ser posibles, y vestigios de ambas también se han encontrado: por una parte, se han hallado fósiles de cuerpos semejantes a los humanos que pertenecerían a seres con más de tres metros y medio de altura; y por otra, cráneos con prácticamente el doble de la capacidad humana, mucho más alargados y coincidentes con numerosos grabados sumerios originales, estando entre estos fósiles el hallado en la tumba de una de las primeras reinas sumerias posdiluvianas de las que se tiene constancia histórica. Este dato conviene tenerlo presente porque más adelante nos va a ser necesario.
Haciendo abstracción del número exacto de anunnakkis o Vigilantes que descendió a la Tierra para tomar a las hijas de los hombres y aparearse con ellas, queda claro que ambas especies, aunque disímiles eran compatibles genéticamente, pues llegaron a establecer una sociedad común en la que los anunnakkis (o Vigilantes) se instituyeron como los “dioses”, protectores o no, pero aparentemente conciliadores con los humanos toda vez que según todos los relatos enseñaron a los hombres las artes y las ciencias, incluidas las llamadas “ocultas” o “secretas”. 3600 años de soledad hasta el regreso de Ni.bi.ru fueron demasiados para aquellos anunnakkis, y sucumbieron a la tentación; pero cuando regresó Ni.bi.ru, y con él los nibirúes, lo que se encontraron era del todo contrario a lo que esperaban, considerándolo, o bien un acto de zoofilia al mezclarse con criaturas inferiores, o bien un acto de intromisión imperdonable por enseñar a los humanos lo que no debían saber, rompiendo la inocencia de su creación y trasformándolas con ello en criaturas mixtas que disponían de un exceso de conocimiento para la inmadurez de sus espíritus.
Llegados a este punto, los nibirúes, juzgando este hecho como un algo aberrante, decidieroncastigar a los Vigilantes (o anunnakkis), quienes lógicamente se resistieron a ello. Como quiera que sabemos por las tablillas que esos dioses viven milenios, y que incluso en los reyes antediluvianos se han contabilizado más de setenta y cinco mil años de reinado para un solo monarca, remontándose su protohistoria por más de cuatrocientos cincuenta mil años, también ha de suponerse que estos dioses originarios habrían de vivir mucho más que eso y, lógicamente, el castigo no iba ser sino una condena severísima. Así, los anunnakis no solamente se resistieron al castigo, sino que se enfrentaron a los nibirúes en la épica batalla de los cielos que todas las culturas mencionan, y en la que los anunnakkis fueron derrotados y condenados a permanecer por siempre en la Tierra. La otra parte del castigo que aplicaron los nibirúes, del que se han hallado sobradas pruebas en multitud de rincones del planeta, consistió en destruir su propia creación por haber sido pervertida, lo cual llevaban a su último extremo mediante el Diluvio, a no ser que la propia brutalidad del conflicto, en el que presumible se empleó tecnología inimaginable para nosotros, o la mera presencia del gigantesco planeta Ni.bi.ru, sacara a Nin de su órbita con unas consecuencias tal que exactas a las producidas. Un suceso que, según los datos de que disponemos, debió suceder hace aproximadamente 10.800 años, justamente durante el último acercamiento deNi.bi.ru a la Tierra por la misma parte de la órbita respecto del Sol en que se encontraba la Tierra.
Tras esa batalla, los hijos de los dioses fieles y rebeldes, que es decir los ángeles y diablos, quedan irremisiblemente tan divididos como enfrentados para siempre, conformándose en los dos grupos ancestrales, respectivamente, según la denominación sumeria: iggigi y anunnakkis. Como todas las mitologías defienden, bien sea a través de la intervención de En.ki, el creador sumerio de la especie humana, bien sea por sus propios medios, algunos grupos humanos de elegidos sobreviven al Diluvio con que los iggigis trataron de destruir la especie pervertida por los anunnakkis, y cuando el poder central de los nibirúes se entera de esta supervivencia, ya sea como consecuencia de los ruegos de quienes les salvaron, o ya, como apuntan otras versiones, al horror que había supuesto semejante exterminio, decide respetar sus vidas y establecer con ellos una alianza de protección de cara al futuro, porque nuevamente se aleja el planeta y han de partir durante un nuevo periodo de 3600 años. Pero ¿qué ha sucedido con los anunnakkis?…
En el más pragmático de los casos, son extraordinariamente longevos, les han “castigado” los iggigi, pero no les han eliminado o matado, tal y como sí parece que hicieron con su descendencia, los nefilim. Son criaturas excepcionales con dones excepcionales, y eso no se les puede retirar, de modo que para proteger a los hombres, nuevamente dejan los nibirúes a una legión de iggigis, o ángeles, para que protejan a los hombres de las influencias anunnakis, quienes con toda seguridad tratarán por todos los medios de hacerse nuevamente con el control para dominar el mundo en el que han quedado recluidos. La etapa que podemos considerar “histórica” comienza, pues, con un orden arrasado en lo planetario y lo humano, y con otro orden dividido en lo divino, con espíritus protectores y detractores que intentarán por todos los medios de conducir a los hombres y sus descendencias hacia sus respectivos bandos: una batalla sin fin, aunque no por el dominio ya, sino por las almas.
En este punto, comprender la naturaleza de los “hijos de los dioses” es particularmente indispensable. Sabemos por las obras que hemos analizado que su condición es espiritual, pero no qué significa esto en concreto. Si los hijos de los dioses fueron capaces de fertilizar a las hijas de los hombres, es obvio que no lo hicieron por telepatía, lo que implica un cuerpo y una capacidad reproductiva, sean semejantes a los humanos o de unas características distintas pero compatibles. Su longevidad, por el contrario, es algo que nos resulta sorprendente, y así mismo sus dones y conocimientos, ya que según nos informan distintas fuentes entregaron a los hombres conocimientos de todo tipo, incluida la magia y las ciencias “ocultas”, entendiéndose esto como el arte de dominar los elementos y la naturaleza por medio de fórmulas mágicas, ensalmos y técnicas que nos son de todo punto incomprensibles. Y aquí le pido al lector que reverdezca el asunto de los enormes cráneos fósiles que ha descubierto la arqueología y que no es capaz de clasificar como pertenecientes a ninguna especie.
Admitido que la naturaleza de los anunnakkis nos resulta incomprensible, del mismo modo nos puede resultar difícilmente asimilable su proceder. Sin embargo, no debemos olvidar que nuestra capacidad de comprensión está limitada por nuestro cerebro y, en consecuencia, por nuestros sentidos. Sentimos una parte mínima de cuanto sucede a nuestro alrededor, oímos un estrecho margen de cuantos sonidos son posibles, vemos apenas un fragmento de cuanto se verifica en nuestro entorno y entendemos nada más que aquello que nos lo permiten nuestros procesos lógicos o cognitivos. Cualquier suceso o realidad que se encuentre fuera de esta percepción o rango de capacidades, nos resulta imposible de concebir, como tampoco podemos elaborar estrategias a mayor plazo que el límite de nuestros días. Con todo esto, la sola concepción de estos seres para nosotros no es asumible si no es recurriendo a tópicos como denominarlos “dioses”, a fin de descollar aquello que es o consideramos sobrehumano. Si diez generaciones seguidas ven al mismo ser sin que este aparentemente haya envejecido ni un solo día, lo natural es considerarle “eterno”, si bien, y teniendo por cierto que llegaban a vivir edades próximas a los 100000 años, el número de generaciones que podrían conocer al mismo personaje son unas ¡¡¡3.333!!! Toda una eternidad, desde luego, lo que a la vez supone que más que probablemente aquellos seres “castigados” a permanecer en el planeta Tierra hasta el final de los días, todavía se encuentren entre nosotros.
Podemos colegir que sus longevidades casi milagrosas radican en la naturaleza de su ADN, y que acaso en ella se encuentre también la clave de sus “cualidades intelectivas”. Por poner un caso, nuestro ADN limita no solamente nuestra forma externa, sino también nuestra capacidad cognitiva, adaptando una a la otra de modo que nuestra capacidad está ajustada a nuestro desarrollo neuronal o nuestra capacidad craneal. La diferencia entre un mono y un hombre radica en su capacidad de comprensión e interrelación con el medio, su capacidad de estrategia y su propia identificación como individuo. Este hecho, se multiplica cuando el objeto de comparación es menor en cuanto a capacidad neuronal, que es decir de procesamiento de la realidad. Así, y en la misma medida, es de lógica inferir que un cráneo ostensiblemente mayor que el humano ha de concebir la realidad de una forma inimaginable para nosotros, independiente de su longevidad, la cual les permitiría, además, una acumulación de experiencia y conocimientos que están completamente fuera incluso de nuestra imaginación. Sus “poderes”, si queremos llamarlos así, serían de todo punto milagrosos para nuestra comprensión, no siendo descartables ni cualidades tales como la telepatía, la precognición o la capacidad de interferir las conductas de otras especies con su propio pensamiento o voluntad, si es que no obrar una trasmutación de sus propias esencias que les permitiera gozar de dos órdenes simultáneos o de diferentes “dimensiones”, tales como el espiritual y el físico. Los límites, a falta de datos concretos, son desconocidos; pero en cualquier caso, están completamente fuera de nuestra capacidades y no tendrían por qué tener nada que ver con nuestras suposiciones lógicas. Su modo de ser y de pensar, indefectiblemente, para nosotros sería incohente, absurdo o sin sentido aparente, a no ser que conociéramos de alguna manera el alcance del conjunto de sus procesos, y no disponemos de datos para esto más allá de la evaluación del desarrollo de los hechos en los milenios trascurridos desde los eventos que he descrito, los cuales se suponen que se han celebrado bajo su influencia. Tal es el caso, y permítaseme reiterarme con este ejemplo, de san Agustín cuando trataba de comprender el misterio divino mientras paseaba por una playa, y entonces reparó en que un niño intentaba llenar un agujero que había practicado en la arena con los baldes de agua de mar que acarreaba desde la orilla; cuando le preguntó al niño que por qué hacía eso y este se lo explicó, san Agustín le dijo que eso era materialmente imposible, a lo que el muchacho le replicó que más difícil era entender la mente divina desde un limitadísimo cerebro humano.
Otra de las cuestiones que no conviene dejar de lado, es el aspecto reptiliano de los anunnakis, replicado igualmente en todas las tradiciones y escritos de todas las culturas primigenias, imagen gracias a la cual se ha identificado como icono el conocimiento con la serpiente. Ella, la serpiente, según la Biblia, es la que nos ofrece ser “semejantes a dioses” si comemos del árbol del conocimiento, que es el del Bien y del Mal, identificando sabiduría con divinidad. Una cuestión muy interesante, porque hoy sabemos que nuestra conducta y nuestros hábitos nos trasforman, dándonos apariencia de aquello que somos en realidad en nuestra esencia más íntima y verdadera…, porque nuestro ser vibra en la longitud de onda en que nos hemos ubicado. Vibración morfogénica, se le da por nombre. Igualmente, no nos es necesaria mucha ciencia para percibir la buena o mala “vibración” de alguien que está junto a nosotros, y nuestros sentidos perciben de una forma inconsciente el campo energético de aquellos prójimos con los que compartimos espacio. Las auras, la energía que desprendemos, la intensidad de nuestro campo electromagnético o cualquier otro efecto tan imperceptible como inmensurable por nuestros aparatos, nos informan de con qué clase de personas estamos y hasta, en ocasiones, de nuestra compatibilidad con ellos. Por otra parte, desde lo ancestral hemos tomado a los reptiles como criaturas hostiles, peligrosas, siempre camufladas para infligir daño y en muchos casos mortales, y es justamente a esto a lo que se parecen y como están reflejados en sus relieves los anunnakkis, con toda seguridad porque no pueden manifestarse en forma distinta a lo que en verdad son en su esencia primordial. Para los “dioses”, el hombre fue creado en un orden de inocencia exento de conocimiento, lo cual puede parecer absurdo pero que es un asunto que trataré un poco más adelante, y los anunnakkis trasgredieron esta instrucción básica, “pervirtiéndonos” al entregarnos parte de ese mismo conocimiento.
El aspecto de la inocencia merece una consideración aparte, porque a muchos podría parecerles que la ignorancia es algo perverso por su propia naturaleza, e incluso podría ser que despreciable. Hay, sin embargo, dos elementos poderosos a favor de ella: uno, que la ignorancia absoluta es la inocencia total, y que para progresar en el conocimiento sin pervertir esa inocencia es preciso que se haga avanzando simultáneamente en dilatación de la conciencia (ética); y dos, porque si aplicamos los mismos principios de la Física Cuántica, que es una ciencia que tiene muchísimo en común con la filosofía, si un espacio lo llenamos con una sola cosa, evitamos que en ese mismo espacio quepan todas las cosas. Respecto del primer punto, vale decir que la Ciencia actual es un auténtico desastre que está por exterminar la propia vida sobre el planeta, porque se usa sin conciencia, que es decir sin ética, sin moral, con absoluto desprecio de la naturaleza y sus órdenes, y con fines siempre espurios; lo que se proponían los “dioses”, según su planteamiento original, era una criatura pura que avanzara simultáneamente en todos los órdenes de la conciencia, sin que ello se deba presuponer en ningún caso la privación del conocimiento, pero proporcionándoselo en su justa medida y conforme estuviera lo bastante maduro como asimilarlo adecuadamente. Cualquiera puede imaginar qué haría un mono con una pistola, y desde luego no lo haría por maldad intrínseca, si bien es probable que le complaciera su supremacía sobre sus semejantes gracias a esa “herramienta”, o que simplemente le divirtiera ver cómo sus pares sangraban o morían cuando les disparaba. Algo parecido fue el conocimiento para aquellos seres puros (nosotros), el cual corrompió su naturaleza, y esto no es preciso ilustrarlo para quienes conocen la Historia o algo de ella. En cuanto al segundo punto, en la Física de lo grande se considera que el vacío (la ignorancia) carece de todo, es la nada; pero en la Física de lo elemental, la Cuántica, precisamente es el vacío el que tiene todo el potencial de ser cualquier cosa, o, lo que vale lo mismo, lo es todo a la vez y simultáneamente. Esto es lo que esos diablos, Vigilantes o anunnakkis nos arrebataron: el todo. Y al llenarlo con “algo”, limitaron nuestro ser, no proporcionándonos una cosa, sino arrebatándonos todas las demás. Nos desviaron, nos pervirtieron, nos destruyeron en vida, privándonos de un porvenir que, gracias a ellos, ni siquiera podemos inferir porque han cegado nuestro entendimiento y todo lo procesamos a través de los limitados conocimientos que, exentos de conciencia, filtran torcidamente cuanto percibimos del mundo exterior.
No se trata de que solamente los sumerios afirmaran esto, sino de que es lo mismo que afirman la Biblia y otros muchos escritos que nos han llegado de otras tantas culturas, incluidos los esenios y algunos de los evangelios gnósticos. Desde aquella época remota, el devenir del hombre se ha visto influido por ambas tendencias, positiva y negativa, si bien el hombre siempre ha tenido la facultad de aceptar o renunciar a su posicionamiento en uno u otro bando. Ignoramos por qué ángeles y demonios se respetan en sus funciones, o al menos en mi caso no soy capaz de procesarlo, pero sin duda debe haber una razón poderosa para ello que escapa a mi inteligencia. A pesar de ello, como siempre sucede con todo aquello que no puedo cambiar, acepto el hecho, y veo y comprendo que hay semejantes que son buenos y otros que no lo son tanto, en la mayoría de los casos porque así lo han elegido. Los hay que prefieren la materia, y los hay que se sirven de la materia para desarrollar su espíritu. La influencia de ambos bandos espirituales, en cualquier caso, es tan evidente como enorme para los hombres, acaso empujándonos a convertirnos para cada uno de ellos en su alimento.
Los hombres, pues, parece que estamos abandonados a nuestra suerte o nuestra propia evolución hasta el regreso de los “dioses”, si bien sometidos a la doble influencia de estas dos fuerzas primigenias que se condensan en el Bien y en el Mal, iggigis y anunnakkis o ángeles y diablos, como se prefiera. Pero sabemos que los nibirúes regresarán, y eso es algo que también mencionan todas las tradiciones y escritos que nos han llegado desde todas las culturas ancestrales de la Tierra. ¿Y cuándo sucederá esto?… La Iglesia Católica, afanada siempre en la demostración como un hecho real de las Escrituras, buscaron a Ajenjo en el espacio, y lo encontraron en 1983 encarnado en Ni.bi.ru. En 1984 hizo lo propio la NASA (para obtener todos los datos sobre esto ver los artículos correspondientes a estos asuntos, serie que titulé NIBIRU I, II y III, publicados en 2012 en diversos medios de comunicación social), y en ese mismo año los gobiernos del mundo, ante la certeza de lo inevitable, emprendieron la ardua tarea de comenzar imponentes proyectos globales como los superbúnqueres que se han construido a modo de arcas por todo el mundo, tal vez procurando salvar a una parte representativa de la humanidad, o quién sabe si intentando sobrevivir ellos solos. En 1999, septiembre, tenemos la certeza de que comenzó a percibirse de una forma física las influencia electromagnéticas de Ni.bi.ru en nuestro Sistema Solar, y actualmente sabemos con seguridad que ya está por comenzar su cruce con la eclíptica, que siempre se efectúa a través del Cinturón de Asteroides, y en cuyo tránsito se demora alrededor de tres años y medio. Si se da por cierto, o por aproximado siquiera, algo de cuanto se menciona en este artículo, queda claro que los anunnakkis, que siguen aquí en la Tierra en cuerpo y alma, no permitirían que ninguna información veraz pudiera alertar a la población antes de tiempo y que harían lo necesario por desinformar, consiguiendo así no solamente prepararse para ese “anunciado” reencuentro con sus señores con los que nuevamente contenderán en una batalla celestial (tal y como se apunta en la entradilla de este artículo), sino también para empujar adicionalmente a los hombres a perder la fe y posicionarse de su lado, y en este objetivo es en el que parecen haberse volcado. La hora, sin embargo, es ineludible, y de ello trato en mi novela “Apolyon”, que es el nombre del segundo de los asteroides que se precipitará contra la Tierra en las próximas fechas, y el cual producirá la apertura del abismo.
Naturalmente, habrá muchos que piensen que no tiene sentido que los “dioses” crearan una especie que el propio cruce de su planeta destruiría cada 3600 años o múltiplo de esa cifra, pero eso sería algo así como intentar comprender su pensamiento o su forma de ser, y eso, como ya he manifestado, escapa a nuestras capacidades. Por otra parte, hay un aspecto común en todas las referencias escritas que tenemos sobre este asunto, y es su seguridad en que antes de que ese suceso se verifique serán rescatados los “elegidos” o los “puros”, ya sea a través de una preservación que no podemos imaginar o del arrebatamiento que mencionan algunas Escrituras, lo cual es muy pareccido a una cosecha o una vendimia, dejando a todo lo demás expuesto al fuego purificador, nunca mejor dicho, para, a partir de los rastrojos, comenzar un nuevo ciclo o una nueva siembra.
Lo cierto es que mientras las agencias espaciales callan o desinforman, las evidencias de que algo muy poderoso está modificando nuestro entorno, clima y actividad planetaria son ya incontestables, pudiéndose apreciar lo mismo en la Luna que en la propia inclinación de la Tierra respecto de lo que debiera ser su eje natural, y eso solamente lo puede producir un astro con un campo electromagnético imponente. Un cuerpo celeste, por otra parte, que no está tan distante, y cuyo espacio de observación las agencias militares o espaciales parchean torpemente para tratar de ocluir su visión o de demorar la noticia de alarma sobre lo inevitable. No es difícil suponer que, bajo ningún concepto, las autoridades podrían siquiera plantearse la posibilidad de lanzar una alerta sobre tal eventualidad, primero que nada porque sería inútil por no haber forma alguna ni recursos para poner a salvo a 7500 millones de seres humanos, si es que se puede “salvar” alguno; y segundo, porque en ese mismo instante la sociedad colapsaría sobre sus propios cimientos, pues para qué se iba a seguir trabajando, pagando la hipoteca o cumpliendo las leyes cuando el Infierno, literalmente, estaría por abrir sus puertas bajo nuestros propios pies. Desde el punto de vista de manejo de la sociedad, los gobiernos están obligados a construir arcas lo más seguras posibles para que un grupo suficiente pero reducido tenga alguna probabilidad de supervivencia, a la vez que está forzado a desatar una guerra que elimine a una parte sustanciosa de la población con el fin de tener mayor facilidad de control sobre los pocos supervivientes. Esto es, exactamente, lo que están haciendo, y lo percibirás sin dudas si contemplas las noticias de actualidad bajo esta óptica.
Tanto a lo largo de la Historia como ahora en la actualidad, la mayoría de los hombres ha considerado que en todos los conflictos había siempre dos bandos, buenos y malos; pero eso solamente sucede en el plano individual, en los asuntos de la conciencia, que es lo que les interesa a los “dioses” o a “Dios”. En lo social, siempre han estado controladas todas las situaciones por los anunnakkis, por las Veinte Dinastías, y por más que se mataran entre sí los pueblos, los dirigentes siempre pertenecían al mismo orden o estaban controlados por ellos. La guerra, para el que no lo sabe, es el mayor motor del progreso, y progreso es conocimiento y tecnología, lo necesario para que los anunnakkis recuperaran aquello que los iggigi les arrebataron y destruyeron, y con la cual no solamente pretenden enfrentarse nuevamente con ellos cuando llegue la hora, sino también con lo que regresar a los cielos a los que pertenecen. No son, por lo tanto, dos bandos los que pelean en Corea, Ucrania u Oriente Medio, sino un solo grupo de “dioses” que enfrenta a los hombres entre sí en su propio beneficio. No; aquí no hay buenos y malos, aunque es preciso dotar de razones creíbles a los hombres para que se enfrenten y se exterminen, y ese tipo de conocimiento necesario para lograr manipular sus mentes y sus instintos, siempre lo han tenido.
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