Dice un cuento oriental la historia de la hija de un poderoso rey, que buscaba a su príncipe azul. Tras mucho meditar, dijo a su anciano padre que quería unirse al hombre más rico del planeta.
El pretendiente que primero acudió a su llamada expuso ante ellos cofres con diamantes, sedas y vajillas de oro.
-Mis riquezas son infinitas, querida princesa. Pide sin dudar y verás tus deseos cumplidos.
La muchacha lo rechazó sin contemplaciones y recibió al segundo pretendiente, quien resultó ser un guerrero.
-Mi única riqueza es mi sable -anunció-, pero con él conquistaré el mundo para ti.
La princesa negó con la cabeza, a la espera del tercer candidato. El nuevo pretendiente se presentó con las manos vacías.
-Pero, ¿dónde está tu riqueza? -exclamó el rey-
-Ésta es mi riqueza -señaló el joven apuesto-. Estas manos pueden forjar, tejer, amartillar, pintar y cortar. Mis dos manos y mi ingenio es lo único que tengo, pero me hacen rico porque me permiten crear riqueza. Y, además, disfruto muchísimo haciéndolo.
-¡Éste es el marido que esperaba! -exclamó la princesa-.
Nuestro potencial creativo queda, muchas veces, sepultado bajo el peso del miedo o de las falsas creencias. Nunca andes por el camino trazado, pues te conducirá únicamente hacia donde los otros fueron.No hay que verlo para creerlo, sino creerlo para verlo.
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