domingo, 11 de enero de 2015

La domesticación de los seres humanos.

“Levanta la piedra y me encontrarás allí. Corta la madera y yo estoy allí. Donde hay soledad, allí estoy yo también…”
Lo que ves y escuchas ahora mismo no es más que un sueño. Soñar es la función principal de la mente, y la mente sueña veinticuatro horas al día.
Antes de que naciésemos, aquellos que nos precedieron crearon un enorme sueño externo que llamaremos el sueño de la sociedad o el sueño del planeta. Es el sueño colectivo hecho de miles de millones de sueños más pequeños. Incluye todas las reglas de la sociedad, sus creencias, sus leyes, sus religiones, sus diferentes culturas y maneras de ser, sus gobiernos, sus escuelas…
Percibimos muchas cosas simultáneamente, pero utilizamos nuestra atención para retener en el primer plano de nuestra mente lo que nos interesa. Los adultos que nos rodeaban captaron nuestra atención y, por medio de la repetición, introdujeron información en nuestra mente. Así es como aprendimos todo lo que sabemos.
El lenguaje es el código que utilizamos los seres humanos para comprendernos y comunicarnos. Los niños creen todo lo que dicen los adultos; no tuvimos la oportunidad de escoger nuestras creencias, y estuvimos de acuerdo con la información que nos transmitieron del sueño del planeta. La única forma de almacenar información es por acuerdo. Tan pronto como estamos de acuerdo con algo, nos lo creemos, y a eso lo llamamos «fe». Llamo a este proceso «la domesticación de los seres humanos». También aprendemos a juzgar: Nos juzgamos a nosotros mismos y a otras personas.
Adiestramos a nuestros niños, a quienes tanto queremos, de la misma forma en que adiestramos a cualquier animal doméstico: con un sistema de premios y castigos. Pronto empezamos a tener miedo de ser castigados y también de no recibir la recompensa, es decir, la atención de nuestros padres o de otras personas. Empezamos a fingir que éramos lo que no éramos, con el único fin de complacer a los demás, de ser lo bastante buenos para otras personas. El miedo a ser rechazados nos convirtió en una copia de las creencias de otros.  Nuestro sistema de creencias es como el Libro de la Ley que gobierna nuestra mente. No es cuestionable.
El Juez interior utiliza lo que está en nuestro Libro de la Ley para juzgar todo lo que hacemos y dejamos de hacer, todo lo que pensamos y no pensamos, todo lo que sentimos y no sentimos. Cada vez que hacemos algo que va contra el Libro de la Ley, el Juez dice que somos culpables, que necesitamos un castigo, que debemos sentirnos avergonzados.
Hay otra parte en nosotros que recibe los juicios, y a esa parte la llamamos «la Víctima». La Víctima carga con la culpa, el reproche y la vergüenza. Cualquier cosa que ponga en tela de juicio lo que creemos nos hace sentir inseguros. Por este motivo, necesitamos una gran valentía para desafiar nuestras propias creencias; porque, aunque sepamos que no las escogimos, también es cierto que las aceptamos. El acuerdo es tan fuerte, que incluso cuando sabemos que el concepto es erróneo, sentimos la culpa, el reproche y la vergüenza que aparecen cuando actuamos en contra de esas reglas.
En el sueño del planeta, a los seres humanos les resulta normal sufrir, vivir con miedo y crear dramas emocionales. Cada vez que sentimos emociones como la cólera, los celos, la envidia o el odio, experimentamos un fuego que arde en nuestro interior. Vivimos en el sueño del Infierno. Toda la humanidad busca la Verdad, pero no hay ninguna Verdad que encontrar. Dondequiera que miremos, todo lo que vemos es la Verdad, pero debido a los acuerdos y las creencias que hemos almacenado en nuestra mente, no lo vemos.
Durante el proceso de domesticación, nos formamos una imagen mental de la perfección con el fin de tratar de ser lo suficientemente buenos, pero no es una imagen real. Bajo ese punto de vista, nunca seremos perfectos. Como no somos perfectos, nos rechazamos a nosotros mismos. El grado de rechazo depende de lo efectivos que hayan sido los adultos para romper nuestra integridad.
Nos sentimos falsos, frustrados y deshonestos. Intentamos ocultarnos y fingimos ser lo que no somos. El resultado es un sentimiento de falta de autenticidad y una necesidad de utilizar máscaras sociales para evitar que los demás se den cuenta. También juzgamos a los demás según nuestra propia imagen de la perfección, y naturalmente no alcanzan nuestras expectativas. Nos deshonramos a nosotros mismos sólo para complacer a otras personas. Incluso llegamos a dañar nuestro cuerpo para que los demás nos acepten. Vemos a adolescentes que se drogan con el único fin de no ser rechazados por otros adolescentes.
Nadie, en toda tu vida, te ha maltratado más que tú mismo. El límite del maltrato que tolerarás de otra persona es exactamente el mismo al que te sometes tú. Si alguien llega a maltratarte un poco más, lo más probable es que te alejes de esa persona. Sin embargo, si alguien te maltrata un poco menos de lo que sueles maltratarte tú, seguramente continuarás con esa relación y la tolerarás siempre. Si te castigas de forma exagerada, es posible que incluso llegues a tolerar a alguien que te agrede físicamente, te humilla y te trata como si fueras basura. Cuanta más autoestima tenemos, menos nos maltratamos.
Has establecido millares de acuerdos contigo mismo. El resultado es lo que llamas tu personalidad. Si quieres vivir con alegría y satisfacción, debes hallar la valentía necesaria para romper esos acuerdos que se basan en el miedo y reclamar tu poder personal. Gastamos todo nuestro poder, primero en crear esos acuerdos, y después en mantenerlos. Sólo nos queda el poder justo para sobrevivir cada día.
Si somos capaces de reconocer que nuestra vida está gobernada por nuestros acuerdos y el sueño de nuestra vida no nos gusta, necesitamos cambiarlos. Cuando estemos dispuestos, habrá cuatro acuerdos muy poderosos que nos ayudarán a romper aquellos otros que surgen del miedo y agotan nuestra energía. Necesitas una gran voluntad para adoptar los Cuatro Acuerdos.
Pero si eres capaz de empezar a vivir con ellos, tu vida se transformará de una manera asombrosa.

Extracto de “Los cuatro acuerdos” de Miguel Ruiz

No hay comentarios:

Publicar un comentario