sábado, 8 de octubre de 2016

Juan Vázquez de Mella: “LA DOMINACIÓN REVOLUCIONARIA MASÓNICO-JUDAICA”

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(Transcrito de “El Correo Español”, 19 de mayo de 1892)
La masonería ha sido, desde el siglo XVIII el gran motor de las revoluciones del siglo XIX y del XX, y el judaísmo es el gran director de la masonería. La logia no es más que la antesala de la sinagoga. Ya en cartas que publicaron los primeros historiadores sobre los orígenes de la masonería, aparece clara su filiación judaica, como lo revelan, además, sus símbolos y los nombres hebraicos de sus cargos.
La masonería no fue jamás democrática, aunque blasonase de ello para embaucar a la ignorante multitud. Fue siempre formada, o por una aristocracia sectaria, que tomó forma en oligarquía de mandarines, que asesoran, o son dirigidos por dictadores que llama “Grandes Orientes”.
Odia la luz y la publicidad, y ama lo recóndito y tenebroso, y, fingiendo objetivos filantrópicos, procura deslumbrar a los incautos con un ceremonial aparatoso y ridículo. Esta sucursal judaica tomó una gran parte en la iniciación de la guerra europea, en su desarrollo y término, y en lo que ahora se llama postguerra.
El judaísmo, con la astucia prodigiosa de la raza y el odio a la Iglesia, que demuestra providencialmente, como una profecía siempre viva, con su existencia, profesa ahora un “mesianismo” que nada tiene que ver con el antiguo. No es el soberano conquistador que había de sujetar todos los pueblos al de Israel, ni el Dios-Hombre que crucificó, y cuya divinidad demuestra con la ruina del templo, la destrucción del sacerdocio y la dispersión, casi dos veces milenaria,  sino un Mesías colectivo, que es el pueblo judío mismo, que tiene, según sus grandes rabinos, la misión de convertir en un feudo a todos los pueblos,singularmente a los cristianos, a los que no queda más esperanza que la de ser esclavos e instrumentos suyos.
Y el programa se cumple de dos maneras: por medio de la dominación intelectual y por la económica. Todas las ideas revolucionarias han nacido o se han desarrollado en la sinagoga y a través de la logia.   El panteísmo moderno procede de Espinosa; el fenomenismo escéptico, de David Hume, y el positivismo tomó forma en Fuerbach y en Littré.  El colectivismo con apariencias científicas fue formulado por dos judíos: Carlos Marx y Fernando Lasalle.  Hasta el liberalismo constitucionalista, que fue el derecho político de una burguesía escéptica, fue sistematizado por un judío suizo, Benjamín Constant. El individualismo económico tenía también ese origen semita en sus fundadores.
Al lado de la dominación intelectual, creció la económica por medio de la Banca, que dirigieron los Rothschild, y que todavía tiene sus principales resortes en manos judaicas. El movimiento bolchevique tiene origen, impulso y dirección judaica. Lenin y Trotsky son judíos, como lo era Rosa Luxemburgo y sus compañeros de Alemania, y lo eran los principales agentes revolucionarios en Austria y Hungría.
Sabíamos que la masonería, con el judío Nathan, habían lanzado a Italia a la guerra ; pero lo que ignorábamos era que el famoso D’Annunzio, el poeta exuberante del Capitolio, era también judío.   D’Annunzio era oriundo de la Galitzia polaca o checoslovaca, según el descubrimiento hecho por un periodista yanqui, y que publicó el diario ABC el 27 de diciembre de 1919.
Masonería y liberalismo son una misma cosa doctrinalmente hablando. El liberalismo es la política de la masonería. Así es que todo liberal, que lo sea con conocimiento, es masón, aunque no use mandil ni triángulo, ni esté enterado de las mil farsas, ni de las ridículas iniciaciones y jerarquías.  Los propósitos de la masonería son los mismos, idénticos que los del liberalismo. La doctrina es la misma, siendo la masonería un liberalismo secreto, y el liberalismo una masonería pública.
Eso explica que todos los grandes liberales, desde los jacobinos del pasado siglo, hasta los revolucionarios más famosos del presente, han sido francmasones que pasaron de las logias a los ministerios y caudillajes políticos.   Para que no se dude de esto y se vea identidad entre la doctrina de ambas sectas, que sólo difieren en cosas accidentales y externas, pero de ningún modo en los principios, vamos a reproducir un documento publicado en Francia hace pocos años y que es una maravilla de odio y perfidia.
En “El Templo Rojo”, en el hotel del gran Oriente de Francia, se deliberó en sesión secreta, y se acordó lo siguiente:
“La República debe hacer a la Iglesia una guerra sin tregua ni cuartel; pero como el pueblo francés, generalmente hablando, aún conserva sus creencias, importa no obrar precipitadamente, para conseguir así más sobre seguro acabar con la Religión.  Es menester, pues, ir preparando de antemano la opinión pública a la idea de la separación de la Iglesia y del Estado.
Se hará entender que es lógico que la Iglesia y el Estado sean independientes el uno del otro ; que la Iglesia no tendrá motivo para quejarse de semejante situación, pues en ella disfrutará de la más completa libertad. Estas ideas deberán ser expuestas en periódicos y conferencias, cuidando mucho de decir y repetir en todas partes que el Estado, al separarse de la Iglesia, no se pone en puga con ella, sino que se trata únicamente de una simple separación de los intereses.
Cuando los pueblos hayan oído suficientemente exponer esta tesis, se hará que las Cámaras aprueben una ley anodina cuando sea menester, estableciendo la separación de la Iglesia y del Estado.  En virtud de este principio se tomarán poco a poco, y con la prudencia necesaria para no chocar de frente con los sentimientos de los pueblos rezagados, diversas medidas que tengan por resultado debilitar progresivamente la Religión hasta aniquilarla por completo.
En nombre del derecho común se obligará a los seminaristas al servicio militar, para que de esta manera resulte imposible el reclutamiento del clero.
En nombre del derecho común, alegando que, como el Papa no es soberano de un Estado, no hay motivo para acreditar un embajador cerca de su persona.
En nombre del derecho común se confiscarán en beneficio del Estado los bienes de las Comunidades religiosas, aun de mujeres; y, al tomar esta medida, se cuidará de hacer entender que, habiendo llegado estos bienes a manos de las Comunidades religiosas por medio de la astucia o del fraude, es un acto de justicia devolverlos a la nación en beneficio de los pueblos. Pero a fin de que las comunidades despojadas no puedan gritar que se las persigue, el Estado constituirá una pensión vitalicia a los religiosos o religiosas, con la cual se les asegure estrictamente lo necesario para la existencia.
Finalmente, si a pesar de estas medidas y de la universal “laicización” de las escuelas y demás establecimientos públicos, aún conservara el clericalismo algunas raíces en el país, siempre en nombre del derecho común, arrancarlas para siempre, haciendo imposible el ejercicio de la Religión mediante la hábil aplicación de algunos  artículos del Código Penal. Así, declarando que la confesión corrompe a la juventud, los sacerdotes quedarán imposibilitados para desempeñar las principales funciones de su ministerio.
De la misma manera se les privaría de todo recurso, prohibiéndoles recibir cantidad alguna por Misas, bautismos y otras ceremonias, y bastaría para ello asimilar, con cierta destreza, todos estos hechos a los delitos de fraude y de estafa.”
Este programa satánico lo van realizando poco a poco los Gobiernos liberales, con la mayor o menor rapidez que les permiten las circunstancias, para obrar sobre seguro y clavar a mansalva el puñal sectario en el pecho de la “Esposa de Cristo”.
La República masónica y judaica que preside Carnot, uno de los Gobiernos más anticristianos y perseguidores de la Iglesia que recuerda la Historia, cumple al pie de la letra y con tenacidad diabólica el programa francmasónico.
Las últimas evoluciones de la masonería y su reunión solemne demuestran que ésta entra francamente por las vías marroquíes, y que si era ya una verdad la disyuntiva de Droumont: “O la francmasonería se ha hecho judía, o el judaísmo se ha hecho francmasón”, ahora habrá que completarla diciendo que la masonería es a la vez sarracena, musulmana y hasta berberisca.
Y como liberalismo y masonería son cosas políticamente idénticas, vendremos a concluir que los partidos liberales y las hordas sarracenas, todo viene a ser lo mismo: la barbarie anticristiana. Los términos y símbolos de la lucha vuelven a ser los anteriores: La Cruz y la Media Luna; moros y cristianos.

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