L: Alumno / T: Maestro / E: Experimentador
Había tres participantes en el experimento:
1. El Maestro, que era el auténtico sujeto del experimento. Su función era administrar descargas eléctricas al alumno cada vez que éste respondiera de forma incorrecta a una pregunta. Descargas cuya intensidad aumentaría progresivamente con cada nuevo error. ¿Hasta qué límite estaba dispuesto a llegar, suministrando descargas? ¿Obedecería ciegamente las órdenes del experimentador cuando este le instara a seguir suministrando descargas al alumno, independientemente del daño que ello provocara en la otra persona? ¿Estaría dispuesto a llegar al límite de provocar la muerte? Estas eran las preguntas que pretendían responderse en este experimento.
2. El alumno, era en realidad un engaño. El alumno se sentaba en una sala contigua y simulaba recibir las descargas cada vez que realizaba una respuesta incorrecta. Pero en realidad, daba respuestas incorrectas deliberadamente, con el fin de provocar el castigo del maestro. A medida que las descargas aumentaban, el alumno rogaba clemencia al maestro. Sus gritos incluían súplicas de misericordia y llegaba a expresar que tenía miedo de morir debido a una afección cardíaca agravada por las descargas.
3. El experimentador era un hombre de aspecto severo, vestido con una bata de laboratorio y que anotaba sus conclusiones friamente en un bloc de notas. Con expresión seria, instaba al maestro para que continuara suministrando las descargas pertinentes, con independencia de las súplicas desesperadas de los alumnos.
¿Cual era el funcionamiento concreto del experimento?
Para empezar, a los “maestros” se les engañó, diciéndoles que el experimento trataba de probar los efectos que tenía el castigo en el proceso de aprendizaje.
A cada “Maestro” se le dio una lista con parejas de palabras que se utilizaban para enseñar al alumno. El Maestro pronunciaba la primera palabra de cada par y leía cuatro respuestas posibles. El Alumno debía elegir la respuesta correcta, pero deliberadamente pulsaba el botón equivocado para indicar su respuesta. Dado que la respuesta era incorrecta, el alumno debía recibir una descarga eléctrica, con la tensión eléctrica aumentando progresivamente con cada respuesta incorrecta.
Por lo tanto, los “maestros” creían que por cada respuesta incorrecta, el alumno recibía un nivel cada vez mayor de descargas eléctricas, que eventualmente podían acabar provocando la muerte.
Pero en realidad, como decíamos, no se producía ninguna descarga real.
El alumno era separado del maestro y conducido a otra estancia y cada vez que se suministraba un shock eléctrico, se ponía en marcha una grabadora que emitía sonidos pre-grabados de dolor y angustia cada vez más acusados con cada nivel sucesivo de descarga.
A medida que la serie de aumentos en el nivel de voltaje resultaban cada vez más peligrosos, el alumno golpeaba desesperadamente en la pared que lo separaba del maestro, acompañando los golpes de súplicas y quejas en las que afirmaba encontrarse mal del corazón y pedía clemencia, hasta que al final, el alumno terminaba por no dar más respuestas a las preguntas y por no quejarse ni suplicar más.
Llegados aquí, el destino sufrido por el alumno, se dejaba a la imaginación del maestro.
Para llegar hasta este extremo, el experimentador no había dejado de dar instrucciones al maestro para que continuara con el experimento.
Aunque el alumno en realidad no estaba siendo perjudicado, el profesor creía que efectivamente administraba descargas eléctricas cada vez más peligrosas.
Desde su panel de instrumentos, el Maestro podía ver claramente que las descargas eléctricas se acercaban paulatinamente al nivel de letalidad. Pero en ningún momento recibió amenazas para llegar a tal extremo.
Al contrario, las indicaciones para continuar la administración de electroshocks eran alentadas con instrucciones mínimas.
Si en algún momento el sujeto expresaba alguna duda o expresaba su deseo de interrumpir el experimento, el experimentador le daba una sucesión planificada y literal de indicaciones verbales:
1- “Por favor continúe”
2- “El experimento requiere que usted continúe”
3- “Es absolutamente esencial que usted continúe”
4- “No tiene otra opción, usted debe continuar”
Si el Maestro todavía deseaba parar después de haber escuchado estas cuatro indicaciones verbales sucesivas, se interrumpía el experimento. De lo contrario, el experimento terminaba después de que el maestro hubiera administrado un electroshock letal de 450 voltios tres veces seguidas.
Milgram esperaba que menos del 1% por ciento de los sujetos llegaría a administrar la descarga eléctrica fatal.
Pero los resultados reales fueron tan impresionantes que decidió filmarlos el último día, por temor a que nadie los creyera.
¿Y cuáles fueron los resultados? A pesar de expresar cierto grado de incomodidad con la situación, en el primer conjunto de experimentos de Milgram, el 65% (26 de 40) de los sujetos acabaron administrando el electoshock de 450 voltios que hipotéticamente resultaba letal.
¡Sorprendentemente, ninguno de los participantes se negó rotundamente a suministrar descargas de menos de 300 voltios!
Los resultados de Milgram fueron posteriormente confirmados por el Dr. Thomas Blass. Blass concluyó que el porcentaje de participantes que estaban dispuestos a administrar voltajes fatales permanecía notablemente constante, entre el 61% y el 66%.
Los resultados del trabajo de Milgram y Blass demuestran que casi dos terceras partes de la población obedecerían órdenes de una figura de autoridad para infringir daños a un tercero, aun cuando esa figura de autoridad “percibida” no tuviera un poder real sobre ellos, como sucedía en el caso del experimentador.
Y llegados aquí, ¿qué sucedería si a la policia o al ejército se le ordenara explícitamente que disparara contra la población con el fin de “mantener el orden” o “impedir el caos”?
¿Cuántos de ellos llegarían a desobedecer?
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