martes, 1 de diciembre de 2015

Venezuela en la III Guerra Mundial


La III Guerra Mundial es la mayor derrota para la libertad desde la catástrofe de la II Guerra Mundial.

¿Cómo se combate al terrorismo y se limita al Estado al mismo tiempo?

Luis Marín / Soberania.org


La Cátedra Pío Tamayo y el Centro de Estudios de Historia Actual de la Universidad Central de Venezuela han convocado a un foro para debatir el tema que acapara la mayor atención en los titulares de todo el mundo: si estamos o no inmersos en lo que se ha dado en llamar III Guerra Mundial, pero en particular interesa ubicar a Venezuela en este nuevo contexto internacional.

Lo primero que salta a la vista es la poca beligerancia que tuvo Venezuela en las guerras mundiales anteriores. En la I Guerra Mundial fue exactamente igual a cero, porque el General Juan Vicente Gómez se declaró neutral y no tuvo la menor participación en las hostilidades.

Su sucesor, Eleazar López Contreras, mantuvo esa línea de conducta en la II Guerra Mundial, pero ya electo suMinistro de Guerra y Marina, Isaías Medina Angarita, como Presidente y visto el ataque japonés a la base naval de Pearl Harbor, éste no tuvo más remedio que declarar su solidaridad con EEUU y romper relaciones con las potencias del Eje, el 31-12-41, pero no llegó a una declaración de guerra.

Muy a pesar de que Venezuela fue víctima de hostilidades de la marina alemana, sufrió el hundimiento y la avería de buques tanqueros, como el caso del Monagas, torpedeado el 16-02-42, en el intento de interrumpir el flujo de petróleo a las refinerías de las Antillas Neerlandesas.

Esta vez Venezuela tuvo un papel estratégico en el suministro de combustible para mover la maquinaria aliada; pero no declaró la guerra sino ya casi al final, el 15-02-45. Hitler se suicidó en abril, Alemania capituló en mayo, Japón se rindió en septiembre y Medina fue derrocado en octubre del mismo año.

Esta rápida secuencia de eventos muestra que el derrocamiento de Medina pudo inscribirse dentro de la ola democratizadora dominante a partir de la derrota del militarismo en la II Guerra Mundial. Algunos datos ciertos podrían ser que a Rómulo Betancourt se le permitió retornar de su exilio en Chile en aquel año de 1941 y para entonces ya había arriado las banderas del antiimperialismo, declarado al fascismo como el enemigo principal y deslindado inequívocamente del comunismo soviético.

De manera que el rasgo más sobresaliente de Venezuela en la III Guerra Mundial es que por primera vez se encuentra en una posición beligerante, inesperadamente hostil a los EEUU y sus aliados, como Israel y el Reino Unido de la Gran Bretaña, sin dejar de ser su proveedor seguro de combustible.

El régimen venezolano se ha alineado con el Eje formado por Cuba, Irán, Siria, Rusia, China y, en verdad, con todo el que comparta su visión de confrontación contra el “imperialismo” americano, el sionismo israelí y, en fin, todo lo que huela a liberalismo, capitalismo, libre mercado y globalización.


La suerte está echada.

La Guerra Económica


Según la doctrina tradicional que, por cierto, es de origen anglo-americana, la guerra económica es la que concierne a la población civil no-combatiente en el contexto de una guerra en sentido general.


Desde este punto de vista, sería una consecuencia de la distinción entre combatientes y no-combatientes. Siendo que las acciones militares propiamente dichas sólo pueden ejecutarse lícitamente contra los combatientes y contra objetivos militares, queda por resolver qué hacer respecto de la población civil no-combatiente que, no obstante, sigue siendo parte fundamental del campo enemigo.

Es respecto de ellos que procede la guerra económica, entendiendo que la actividad económica es el rasgo definidor de la sociedad civil, sea que estos no-combatientes se encuentren en el propio territorio, en territorio neutral o en territorio enemigo. Acciones no-militares, como confinamiento, deportación de población; embargos, restricciones aduaneras, racionamiento de productos y otras medidas punitivas, son parte de la Guerra Económica.

Si esto es en teoría, ¿qué puede significar en Venezuela? ¿Cómo puede explicarse una Guerra Económica en un país que se encuentra formalmente en paz? Habría que desentrañarlo, porque el régimen oculta sus motivos tanto como sus objetivos. Quizás hallaría explicación en el contexto más general de la guerra global contra “el imperialismo”, una consecuencia de la adscripción a la doctrina militar cubana de guerra permanente contra EEUU que guía la conducta estratégica de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.

Algunos componentes de la Fuerza Armada se declaran “antiimperialistas” sin que se sepa el contenido y alcance de esta expresión, que no se encuentra en la Constitución ni en la Ley Orgánica respectiva, por lo que cabe preguntar:¿Qué significa para ellos ser “antiimperialista”? ¿No ser aliado de EEUU? ¿Tenerlos como enemigo en las hipótesis de conflicto?

Subrepticiamente y sin ninguna declaración formal, el régimen venezolano se ha inscrito en una guerra global contra el imperialismo americano, el sionismo, etcétera, con graves consecuencias para el país, que no ha sido advertido de esta nueva situación. Sólo en este contexto general de guerra puede entenderse un tópico de otra manera traído por los cabellos como la Guerra Económica que, si no fuera así, ¿cómo se explicaría?

La pregunta es, ¿cuán serio es esto? ¿Esta guerra global es ya o puede considerarse como la III Guerra Mundial?Sobre todo considerando las nuevas alianzas y enroques que impiden ver con claridad cuáles serían los bloques en conflicto. ¿Es el yihadismo un pretexto para implementar la desconcertante política de Obama de convertir a los enemigos en amigos? ¿Su guerra es contra el islamismo radical, contra Irán o contra Rusia?

¿Cómo quedaría Venezuela y su antiimperialismo demodé en estos escenarios?

Volvamos a echar la suerte.

¿Qué es la guerra?

El Derecho Internacional Público solía definir la guerra como una relación entre Estados caracterizada por la intervención de la fuerza y la suspensión de las relaciones pacíficas. Antiguamente se concebía como una forma lícita de resolver conflictos internacionales.

Con la decadencia de la entelequia medieval de la “guerra justa” (no por casualidad equivalente a la noción también medieval de los “precios justos”), se intentó proscribir la guerra como forma de solución de controversias, sobreviviendo apenas la noción de legítima defensa que es irrenunciable para los Estados. De aquí la importancia de definir en cada caso quién es el agresor para determinar en consecuencia quién tiene el derecho legítimo de defenderse.

Después de la devastación de la II Guerra Mundial incluso la Iglesia concluyó que ninguna guerra puede ser “justa” y se optó por las formas pacíficas de resolución de controversias, tal como establece la ONU y convenios internacionales entre las “naciones civilizadas”.

Los principios del Derecho de Guerra son bastante simples, pero pueden ser útiles para comprender las perplejidades de la situación actual; todos se inspiran en la distinción esencial entre combatientes y no-combatientes.

Por ejemplo, la prohibición de la acción directa contra civiles no-combatientes; porque, como ya vimos, la acción directa solo procede contra combatientes y objetivos militares, ejecutados por personas autorizadas, identificadas, con uniforme y bajo un estandarte. No es que la declaración de guerra habilite a cualquier ciudadano de un Estado para agredir a cualquier ciudadano del otro estado declarado enemigo.

La prohibición de infligir sufrimientos y daños superfluos, o sea, inútiles para la derrota del enemigo. Por último, la prohibición de medios de lucha pérfidos, contrarios al honor militar. Por ejemplo, el uso de veneno, gases tóxicos, armas químicas y bacteriológicas, como la suplantación de uniformes e insignias, se consideran medios pérfidos de lucha.

Ahora bien, de todo esto: ¿Qué es lo que queda en pié en la lucha contra el terrorismo? Si para empezar estos elementos prescinden de la distinción entre combatiente y no-combatiente. Centran sus objetivos no en los militares sino precisamente en los civiles, preferiblemente transeúntes desprevenidos e indiferenciados. Si el sufrimiento y el daño mientras más superfluos, mejor. Si el yihadismo es esencialmente pérfido y se solaza en la perfidia. Si se declara que el Daesh ni es un Estado ni es islámico. ¿Puede aplicarse el concepto de “naciones civilizadas” a una realidad tribal? ¿Cuál es la doctrina, cuáles son los principios de esta nueva guerra, si se trata de la III Guerra Mundial?

Históricamente, la doctrina siempre ha estado rezagada respecto de la realidad; dicen los poetas que primero ocurren los hechos y luego llega la filosofía arrastrando los pies.

Vale entonces preguntar: ¿Qué viene? ¿Cuál es el ‘novus ordo seclorum’?

El Estado Policial Universal

Lo que muestra la evidencia es que un sujeto como Vladimir Putin, que quiere ser el modelo de gobernante del siglo XXI, ha aumentado proporcionalmente su poder con cada acto de terrorismo ocurrido en su territorio y mientras más dramático y trágico haya sido el acto, más poder asume, tanto, que éstos resultan contraproducentes.

Curiosamente, desde 1998, la hegemonía de Putin en Rusia corre paralela al proceso chavista en Venezuela, siguiendo el guión que conocemos en carne propia: se ha elegido y reelegido indefinidamente burlando la constitución que impusieron a la caída de la URSS, ha designado a sus secuaces gobernadores de la federación, monopolizado y amordazado los medios de comunicación, manipulado al poder judicial para encarcelar rivales políticos, perpetrado el asesinato de opositores a la vista del público, violado todos los derechos humanos, pero esto no es lo más grave.

Putin está librando al menos cinco guerras abiertamente: en Chechenia, Georgia, Moldavia, Ucrania y últimamente en Siria; por no contar las guerras encubiertas en que se ha involucrado en todo el globo, incluyendo Latinoamérica, donde ha implantado bases de operaciones en Cuba, Nicaragua y Venezuela.

Ahora, con motivo de la guerra contra el yihadismo, parece que todos los agravios se olvidaron y es recibido clamorosamente en una alianza morganática que sin rubor incluye a Irán, Irak y la Siria de Bashar Al-Assad, o sea, a los creadores del problema. ¿Quién recuerda hoy que estaba sometido a sanciones por la invasión y desmembración de Ucrania, lo que antes había hecho con Georgia y Moldavia?

Putin no sólo ha reivindicado al Zar y al zarismo como religión de Estado, restablecido los fastos del imperio, sino que se ha coronado como el nuevo Zar de Rusia. Hay que reconocer que en 15 años ha conseguido más que todos los anteriores en 500: la anexión de Crimea sin una guerra de Crimea, no uno acaso dos puertos en el Mediterráneo como no soñaría ni el mismo Pedro El Grande y la exaltación del orgullo nacional ruso.

Así, no sorprende que un socialista decadente como Francois Hollande también tenga sus días de gloria, que aproveche la coyuntura para tomar medidas extraordinarias que le dan más poder del que jamás tuvo ningún monarca francés desde la era Bonaparte y mande sus tropas al África y Asia, como en los buenos tiempos imperiales.

La III Guerra Mundial es la mayor derrota para la libertad desde la catástrofe de la II Guerra Mundial. Su sino más visible es la transformación del ciudadano en sospechoso, vigilado y auscultado por un Estado todopoderoso con la coartada de que lo hace para protegerlo de un enemigo invisible, ubicuo e implacable, que puede actuar en cualquier momento, en cualquier lugar y de un modo completamente impredecible.

Por lo tanto, la humillación que antes se restringía a los aeropuertos ahora se traslada a todos los escenarios de la vida civil, del baño hasta la alcoba, a cualquier comunicación o actividad, porque nunca se sabe lo suficiente y no hay forma de que este aparataje de vigilancia y prevención no se use contra los adversarios o enemigos políticos internos, como es tan caro a los socialistas y a toda institución de mentalidad totalitaria.

La contrapartida es el beneplácito de los siervos, el cándido agradecimiento profesado a quienes los voltean de revés para ver qué cargan en las entrañas y hasta en sus más íntimos pensamientos, porque nadie puede confiar ni siquiera en sí mismo, ni estar libre de convertirse en victimario o víctima potencial.

El problema como siempre ha sido seguirá siendo: ¿Cuáles son los límites de este Estado Policial Universal? ¿Quién vigila al vigilante? ¿Qué defensa hay contra él? ¿Dónde quedan la privacidad, la libertad, el derecho a disentir? En resumen: ¿Cómo se combate al terrorismo y se limita al Estado al mismo tiempo?

La visión de un gobierno mundial omnipotente que elucubraron los conspirativistas del siglo XIX parece hoy posible gracias a una tecnología alucinante, desafortunadamente en manos de políticos tan inescrupulosos y corruptos que ni siquiera aquellos soñadores del absoluto hubieran podido conjurar.

Parte del problema es que no existe una respuesta liberal a la amenaza del Estado Policial Universal que instrumentaliza el terror para imponer a sangre y fuego su agenda totalitaria.

De un lado, todos contra el imperialismo; del otro, no está claro si el enemigo es Rusia, Irán, el islamismo radical o todos juntos.

En todo caso, con este bando es que el régimen de Venezuela está alineado.


Luis Marín | Abogado. Profesor de la Universidad Central de Venezuela.
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• E-mail: lumarinre@gmail.com


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