Un carpintero había estado todo el día trabajando en una vieja granja. La jornada ya empezó mal, porque se le rompió la sierra eléctrica y tuvo que repararla, lo cual le hizo perder más de una hora. Pero cuando se disponía a regresar a su casa, se encontró con otro imprevisto: el motor de su furgoneta se negaba a arrancar.
El hombre estaba tan angustiado, que el granjero decidió acompañarlo con su propio vehículo. Cuando llegaron, el carpintero le dijo que entrase en casa un momento para conocer a su familia y tomarse algo. Antes de abrir la puerta, el carpintero hizo un extraño gesto que llamó la atención de su acompañante. Tocó con las puntas de los dedos las ramas del árbol de su jardín y, de golpe, su rostro cambió. Toda sombra de preocupación se disipó y, en su lugar, brilló una sonrisa con la que saludó a sus hijos y besó a su esposa.
Antes de regresar a su hogar, el granjero, lleno de curiosidad, le preguntó al carpientero el porqué de su raro comportamiento. El hombre le respondió: Éste es mi árbol de los problemas en el que cada noche, al volver a casa, los cuelgo para que no afecten a mi familia. Lo más curioso es que, al día siguiente, parece que ya no hay tantos como la noche anterior.
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