jueves, 2 de octubre de 2014

El mito de la Autoayuda


Ordenando mis papeles, acabo de descubrir un recorte de 2009 del periódico La Vanguardia, titulado “Contra la autoayuda”, de la escritora Laura Freixas. Como el artículo resume muy bien mi propia opinión sobre el tema, no me resisto a transcribirlo en parte. Dice así:
“(…) Y es que la autoayuda (…) es una actitud ante la sociedad, ante la vida. Una mentalidad cada vez más extendida, mezcla de optimismo facilón, individualismo ingenuo, psicología de andar por casa y superficialidad a granel; máquina trituradora capaz de meter en una misma cubeta a Buda, Sócrates, Lacan, los Evangelios, por un lado, y sacarlos por el otro convertidos en salchichas, en píldoras color de rosa, intercambiables, indoloras, insípidas, inofensivas. La autoayuda arranca de raíz la crítica social: como explica Michela Marzano, “tu mala suerte es culpa tuya, porque el sistema es perfecto”. Sustituye el pensamiento por eslóganes, la vivencia por fórmulas estándares, la literatura por sociología de tres al cuarto, los sistemas filosóficos por su caricatura inocua: el hedonismo se convierte en ir de compras, el ateísmo en “deja de preocuparte y disfruta de la vida”… ¿Eso hemos hecho con la herencia de Grecia y Roma, de la Ilustración, de la epopeya americana…? Qué poco respeto van a tenernos, con razón, los siglos venideros”.
En términos más psicológicos, la autoayuda es una mezcla simplista de cognitivo-conductismo, moralismo convencional y, a menudo, pseudoespiritualidad escapista (1). Se difunde, como sabemos, a través de miles y miles de libros, artículos de revistas, sitios de internet y redes sociales, en este último caso en forma de citas y postales edificantes, a veces de gran belleza. Pero, ¿qué utilidad real tiene la autoayuda?
Un primer indicio de sospecha es su caudal inagotable desde hace 40 años, al menos en España. ¿Tan compleja y difícil es la felicidad que requiere tsunamis de literatura para explicar sus recetas? Otro mal augurio es su pretendida condición de panacea, ya que suele emplearse tanto para aliviar las naturales amarguras de la vida como para guiar a los más sufrientes neuróticos. Y una tercera pista es que, en efecto, muchos de estos neuróticos sonadictos al género, devorando un libro tras otro durante años. ¡Incluso muchos pacientes de psicoterapia lo hacen! Esto último nos da la clave definitiva: la gente se gratifica con las hermosas promesas y esperanzas de los libros de autoayuda porque, mientras lo hace, no tiene que profundizar en sí misma.
La autoyuda es, por tanto, una especie de sucedáneo religioso. Y es también, por lo mismo, un jarabe balsámico destinado a entretener a la gente y encubrir el verdadero origen (emocional, familiar, social) de sus problemas, bajo la apariencia de que sí está haciéndose “algo” eficaz para resolverlos. ¡Es otra forma de hipocresía! En otras palabras, la autoayuda es lo contrario de la psicoterapia (entendida ésta como proceso de maduración y liberación psicosocial). O sea, un fraude.
Porque no nos engañemos: no existe la menor posibilidad de ser más felices a través de recetarios. Como tampoco es posible comer viendo programas de cocina. La única forma de aprender a caminar es… caminando. Y ello exige necesariamente un mínimo de autoconocimiento, de introspección real, de exploración emocional y existencial… Pues todo lo que no es experiencia es delirio.
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