martes, 26 de mayo de 2015

La caída de Palmira altera el equilibrio geopolítico en el Levante por Thierry Meyssan

La situación en el Levante se agrava considerablemente al cortar el Emirato Islámico la llamada «ruta de la seda», o sea el paso de Irán hacia el Mediterráneo. Para ello sólo existen dos opciones: pasar por Deir ez-Zor y Alepo o por Palmira y Damasco. La primera vía está cortada desde inicios de 2013 y la segunda acaba de verse interrumpida. La caída de Palmira tendrá, por consiguiente, consecuencias considerables para todo el conjunto del equilibrio regional.

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La prensa occidental dedica en estos días sus titulares a Siria, algo que no sucedía desde que se habló, hace 2 años, de los ataques químicos perpetrados en las afueras de Damasco y del proyecto de intervención militar de la OTAN. Los periodistas expresan inquietud ante el avance del Emirato Islámico y la posible destrucción de los vestigios de la antigua ciudad de Palmira.
Pero son pocos los que conocen la historia de la reina Zenobia, quien –aprovechando la debilidad de Roma, que acababa de perder la Galia– proclamó a su hijo «emperador» y asumió ella misma la posición de «regente». La reina Zenobia no sólo liberó Siria. También redimió a los pueblos que habitaban los territorios de los actuales Egipto, Palestina, Jordania, Líbano, Irak, parte de Turquía e incluso Irán. Su capital, Palmira, fue una ciudad que se caracterizaba por su refinamiento, abierta a todas las religiones, una escala brillante en la ruta de la seda entre Damasco y China. Sin embargo, después de un exitoso golpe de Estado en Roma, el general Aureliano logró restablecer la unidad del imperio aplastando primeramente las fuerzas de la reina Zenobia, y posteriormente el imperio galo, antes de poner fin a la libertad religiosa, imponer el culto al Sol invicto y proclamarse Dios a sí mismo. Esta prestigiosa historia hace de Palmira el símbolo de la resistencia del Levante ante el imperialismo occidental de la Antigüedad.
Pero resulta sorprendente el relieve que ha dado la prensa occidental a la caída de Palmira, sobre todo teniendo en cuenta que el mayor avance del Emirato Islámico esta semana no fue en Siria, ni tampoco en Irak, sino en Libia con la caída de Sirte, ciudad 5 o 6 veces más poblada que la ciudad siria de Palmira. Pese a ello, los mismos periodistas que durante los 2 últimos meses no hablaban de otra cosa que del caos reinante en Libia y lanzaban constantes llamados a favor de una intervención militar europea, oficialmente dirigida a poner fin a la oleada de migrantes, no hablan de ese avance del Emirato Islámico en Libia. Claro, hay que recordar que quien encabeza el Emirato Islámico en Libia es Abdelhakim Belhadj, nombrado –con el respaldo de la OTAN– gobernador militar de Trípoli [1] y recibido oficialmente en París, el 2 de mayo de 2014, por el ministerio francés de Relaciones Exteriores.
Para agregar dramatismo a la situación en Siria, los periodistas occidentales afirman en coro que ahora «Daesh [2controla la mitad del territorio sirio». Afirmación que contradicen los mapas que ellos mismos publican, en los que el lector atento puede comprobar que Daesh sólo controla unas cuantas ciudades y carreteras sin llegar a tener bajo control regiones enteras del país.
Es evidente que el objetivo del tratamiento mediático de la situación en el «Medio Oriente ampliado» no es ofrecer al público occidental una imagen real sino instrumentalizar sólo ciertos factores cuidadosamente seleccionados para justificar determinadas políticas.

El Emirato Islámico y
la importancia de Palmira

Mucho nos gustaría que la inquietud ante la caída de Palmira fuese sincera y que las potencias occidentales, después de haber masacrado millones de personas en esta región a lo largo de una década, finalmente se hubiesen decidido a poner fin a esos crímenes. Pero no podemos dejarnos engañar. Esa inquietud de fachada no busca otra cosa que justificar una reacción militar invocando la amenaza del Emirato Islámico.
Se trata de un elemento indispensable si Washington quiere realmente concretar la firma del acuerdo que ha venido negociando –desde hace 2 años– con Teherán.
En efecto, el Emirato Islámico fue creado por Estados Unidos con ayuda de Turquía, de las monarquías del Golfo y de Israel, algo que siempre hemos denunciado y que ahora aparece demostrado en un documento de la DIA (siglas en inglés de la Agencia de Inteligencia del Departamento de Defensa de Estados Unidos) parcialmente desclasificado esta semana, documento que el lector interesado puede leer gracias al vínculo que incluimos al final de este artículo.
En contradicción con las sandeces que publican los periodistas que acusan al «régimen de Bachar» (sic) de haber creado ese grupo yihadista para dividir la oposición siria y hacerla caer en el radicalismo, el documento de la DIA demuestra que el Emirato Islámico actúa de conformidad con la estrategia de Estados Unidos. Este informe de la Agencia de Inteligencia del Departamento de Defensa estadounidense, fechado el 12 de agosto de 2012 y que circuló ampliamente en el seno de la administración Obama, anunciaba claramente los planes de Washington:
«Si se produce un desenlace, existirá la posibilidad de establecer un principado de salafistas, reconocido o no, en el este de Siria (Hassake y Deir ez-Zor), lo cual es exactamente el objetivo de la oposición [los Estados occidentales, los Estados del Golfo y Turquía], para aislar al régimen sirio, considerado como la profundidad estratégica de la expansión chiita (Irak e Irán).»
Como siempre dijimos, la creación y desarrollo del Emirato Islámico son resultado de una decisión del Congreso de Estados Unidos, adoptada durante una sesión secreta realizada en enero de 2014, para concretar la aplicación del plan Wright. Se trataba entonces de crear un «Kurdistán» y un «Sunnistán» que abarcarían territorios pertenecientes a Siria e Irak para cortar así la «ruta de la seda», después del soborno y la traición que hicieron posible la caída de Deir ez-Zor en manos de los yihadistas (funcionaros corruptos de Deir ez-Zor se dejaron sobornar y entregaron la ciudad sin combatir).
Desde los tiempos de la Alta Antigüedad, una red de vías terrestres de comunicación conecta Xi’an (la antigua capital china) con la costa del Mediterráneo. Esa ruta vincula a Irán con el mar a través del desierto, ya sea pasando por Deir ez-Zor y Alepo o pasando por Palmira y Damasco. Actualmente garantizaba el transporte de armas hacia Siria y el Hezbollah y posteriormente debía ser utilizada para transportar el gas de los yacimientos de Fars (en Irán) hacia el puerto de Latakia (en Siria).
Palmira, la «ciudad del desierto», es por consiguiente mucho más que el inestimable vestigio de un maravilloso pasado. Es ante todo una plaza de enorme importancia estratégica en el equilibrio regional. Precisamente por eso es grotesco afirmar que el Ejército Árabe Sirio no trató de defenderla. En realidad, el Ejército Árabe Sirio actuó allí como ha venido haciéndolo desde que comenzó la llegada de mercenarios a Siria: en aras de evitar bajas entre la población civil, se repliega cuando los mercenarios avanzan en pequeños grupos que coordinan sus acciones entre sí (gracias a los modernos medios de comunicación que reciben de las potencias occidentales) y vuelve a golpearlos cuando se reagrupan en posiciones definidas.
Otra realidad es que la coalición internacional anti-Daesh, creada por Estados Unidos en agosto de 2014, nunca ha combatido realmente a los yihadistas. Está más que demostrado –no una sino unas 40 veces– que los aviones occidentales lanzan en paracaídas armamento y municiones que acaban en manos del Emirato Islámico.
También es notorio que, aunque la llamada coalición de 22 países dice disponer de una cantidad superior de hombres, mejor entrenados y mejor equipados que los del Emirato Islámico, lo cierto es que esa “coalición” no logra hacer retroceder a los yihadistas, quienes –como estamos viendo– siguen conquistando nuevas vías terrestres de comunicación.

La evolución de
los intereses estadounidenses

En todo caso, Washington ha cambiado de estrategia. La reciente nominación del coronel James H. Baker como nuevo estratega del Pentágono [3], demuestra que la administración Obama ha pasado la página de la estrategia del caos. Estados Unidos vuelve ahora a una concepción imperial clásica, basada en la existencia de Estados estables. Y para firmar su acuerdo con Irán tendrá que evacuar al Emirato Islámico del Levante antes del 30 de junio.
La ingente campaña de prensa sobre la caída de Palmira podría no ser otra cosa que una forma de preparar a la opinión pública con vista a una verdadera implicación militar en contra del Emirato Islámico. Ese será el sentido de la reunión de los 22 miembros de la coalición anti-Daesh (y de 2 organizaciones internacionales) a celebrarse en París el próximo 2 de junio. El Pentágono tendrá que decidir para esa fecha si opta finalmente por destruir el Emirato Islámico o por desplazarlo hacia otra parte para asignarle nuevas tareas. Tres destinos son previsibles para un redespliegue de los yihadistas: Libia, el África negra o el Cáucaso.
De no ser así, Irán no firmará el acuerdo y la guerra seguirá agravándose ya que la caída de Palmira bajo los ataques de los yihadistas, fabricados y amamantados por Occidente, tendrá las mismas consecuencias que su conquista por las legiones del emperador Aureliano. Ya en este momento, ese hecho amenaza la supervivencia del «Eje de la Resistencia», o sea la coalición Irán-Siria-Líbano-Palestina. El Hezbollah se plantea decretar la movilización general.

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