Este gráfico de The Economist compara el nivel de innovación (eje vertical) con el nivel de religiosidad (eje horizontal) de los países. La información se basa en el estudio“Forbidden Fruits: The Political Economy of Science, Religion, and Growth”.
Los autores no pretenden demostrar que la religión provoque un déficit de innovación. Sin embargo, creen en la hipótesis de que los modelos teocráticos de gobierno, en los que los líderes políticos están fuertemente influenciados por las instituciones religiosas, pueden tener puntos de vista anticientíficos al influir en las políticas públicas.
Por ejemplo citan la prohibición de la impresión en el Imperio Otomano, y la decisión del ex presidente Bush de limitar la financiación pública en la investigación con células madre. No obstante EEUU es una clara excepción: una quinta parte del PIB mundial proviene de un país que es a la vez religioso e innovador. Y si la religión reduce la innovación, eso no significa que sea malo para el crecimiento. La fe podría ofrecer beneficios (como la cohesión social) que superan sus costes.
Gustavo Rivero
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