El culto a la personalidad de Castro cobró fuerza a nivel continental por obra de Hugo Chávez
Elizabeth Burgos / Revista Zeta
Lo nocivo del modelo político que inventó permanece intacto y pese a que el personaje es un anciano que desvaría, se le siguen tributando los honores de un oráculo y en particular lo hacen los líderes de ese neo castrismo que es el bolivarianismo, como si la consigna fuese que si todo cambia, todo ha de seguir igual.
El culto a la personalidad de Fidel Castro ha ido imponiéndose en Cuba y con el tiempo tomando facetas múltiples. Lo que si es evidente, es el carácter de religiosidad que se le imprimió desde el primer momento. Basta señalar la primera portada de la revista Bohemia publicada tras la toma del poder en enero de 1959 en la que sin disimulo aparece el rostro de Fidel Castro retocado de forma de hacerlo aparecer semejante a la figura del Sagrado Corazón que se exponía entonces en muchos salones de los hogares de América Latina. Hoy, convertido en un anciano, el 90 aniversario ha servido en Cuba para proclamarlo “padre de todos los cubanos”. Ya Evo Morales le declaró su “abuelo predilecto”. El culto a la personalidad de Castro cobró fuerza a nivel continental por obra de Hugo Chávez, que para él era una manera de fortalecer su propia imagen.
En Cuba, por supuesto, las festividades omiten recordar que Fidel Castro llevó el mundo al borde de la guerra nuclear. Menos aún, y ello en aras de demostrar de que “la historia lo absolverá” -obsesión temprana del líder cubano-, tampoco se dice que el papel de Fidel Castro puede resumirse al de un empresario que heredó una empresa altamente floreciente y se dedicó sistemáticamente a hacerla fracasar, hasta lograr su ruina. La aplicación del modelo la hemos visto en Venezuela, en donde al igual que se arruinó la industria azucarera en Cuba, se arruinó la única multinacional que ha existido en América Latina. La ruina de PDVSA es un hecho único en la historia de la economía mundial.
El castrismo introdujo en el ámbito latinoamericano, la violencia como método absoluto en la dinámica de la lucha por el poder y de allí la de amigo/enemigo, o la de la exclusión, y el resurgimiento de resentimientos agazapados en lo hondo de la memoria, como bien lo analiza brillantemente Jurate Rosales en su artículo en El Nuevo País sobre el nefasto papel que ha jugado el castrismo en América Latina. Desde 1959 -recordar que llegó de visita a Venezuela en enero de 1959 cuando aún no estaba totalmente afianzado en el poder -lo que no le impidió comenzar desde entonces en su empeño de trasladar su modelo de toma del poder en todo el continente. Así surgieron focos guerrilleros esparcidos a todo lo largo de la región.
Las elecciones chilenas y el triunfo de la Unidad Popular, significaron para el dogma castrista de la toma del poder mediante la violencia, un contratiempo, y no escatimó en declaraciones “contra” durante la campaña electoral deAllende. Tras el triunfo de Allende, el MIR, apoyado por La Habana, cumplió con la tarea de radicalizar el contexto político chileno. Tras el golpe de Estado en Chile que interrumpió la experiencia de la Unidad Popular, Fidel Castro comprendió la imposibilidad de vencer militarmente con fuerzas guerrilleras integradas por estudiantes e intelectuales, a las fuerzas militares regulares.
De cierta manera, la caída de Salvador Allende le resultaba positiva porque demostraba en la práctica lo bien fundado de su dogma de la violencia como único medio de acceso al poder. En ese aspecto, pese a la disparidad ideológica, en su radicalidad ambas posturas coincidían: la violencia en política de Castro coincidía con la radicalidad anticomunista de Washington. Para ambos rivales que personificaban los dos centros desde donde se dirimía la política hacia Latinoamérica, el derrocamiento del gobierno de la Unidad Popular significaba: para Richard Nixon, una victoria política contra el comunismo; para Castro, también una victoria, porque confirmaba el dogma sobre el cual legitimaba su liderazgo ante la izquierda latinoamericana.
La derrota de Allende, pese a significar la pérdida de un centro estratégico en el corazón del continente desde donde debía irradiar la revolución en el resto de los países, iba en pro de su objetivo que consistía en imponerse sobre los partidos comunistas, convirtiéndose en el líder absoluto del conjunto de la izquierda. Su objetivo perseguía aplicar a nivel continental, el modelo que él logró se diera en Cuba tras la toma del poder en 1959: la autodisolución del antiguo partido comunista cubano (Partido socialista popular –PSP) que pasó a fundirse con las corrientes castristas.
Una de las características esenciales del castrismo es la de siempre recurrir a varias posibilidades ante todo conflicto que obliga a toma de decisiones. La derrota de la Unidad Popular a manos del ejército, aunada a la derrota de las guerrillas en Venezuela, tienen que haberle demostrado a Fidel Castro, antiguo alumno de los jesuitas y abogado, que no se repetiría la experiencia cubana de enero 1959, cuando todo un ejército se entregó sin presentar combate ante unos centenares de guerrilleros mal armados. Desmoralizado por la huida del Presidente Fulgencio Batista, y por el embargo que había decretado Washington sobre las armas destinadas a esas mismas Fuerzas Armadas, al ejército cubano no le quedó otra opción que deponer las armas. Hecho que en la narrativa oficial del castrismo fue convertido en una victoria militar de la guerrilla.
“Siempre hemos sabido adaptarnos a los tiempos”, declara Fidel Castro, en una de sus tantas entrevistas, y esa adaptación la demostró en la política de “entrismo” (método por excelencia practicado por los trotskistas en el seno de los PC) que, en vez de enfrentarlas como enemigas, decidió penetrar y perforar las FFAA latinoamericanas para atraerlas y convertir a algunos sectores en aliados.
A partir de los sucesos chilenos, al mismo tiempo que Castro ponía en marcha una acción militar en el África (Angola, Etiopía), y favorecía el estallido de verdaderas guerras civiles en Centroamérica, paralelamente continuaba alimentando la sobrevivencia de algunos focos guerrilleros, pero desplegó una actividad de penetración en los ejércitos del continente. Actividad que ya había comenzado con el chileno, a manos del MIR chileno, y del aparato de seguridad chileno, a manos de los servicios cubanos, y que fue una de las causas para que se precipitara el golpe del general Augusto Pinochet, al igual que fue el argumento que logró se diera la unanimidad en el seno del Alto Mando militar, para que se realizara el golpe de Estado en Brasil contra Goulart en 1964.
El éxito logrado en el seno del ejército venezolano parece ser rotundo.
Hoy, la figura de Fidel Castro es la de un anciano que desvaría, que se presenta como un adalid de la paz y de lo no violencia, pese a ello se le siguen tributando los honores de un oráculo, en particular lo hacen los líderes de ese neo castrismo que es el bolivarianismo.
Las festividades del 90 cumpleaños en Cuba, aparecen como una despedida. Muchos fuera de Cuba, piensan que la desaparición de los hermanos Castro, significará un cambio, la vía hacia una “transición”. Creencia que no es compartida por los cubanos, al juzgar por el número de ciudadanos que siguen huyendo de la isla a riesgo de perder la vida.
Cuando desaparezcan los Castro, indudablemente cambiará el modelo económico, pero se preservará el método castrista de gobierno. La represión de la sociedad civil será mayor, como ya lo es bajo el gobierno del menor de los hermanos. Quedará un partido que obedece al liderazgo que asumirá el poder. Una maquinaria bien organizada al servicio del poder que recurrirá a un nacionalismo exacerbado. Se seguirá acusando a EE.UU., el enemigo absoluto, de la obra “inconclusa” de Fidel Castro que no pudo llevarla a la perfección por culpa del embargo. Se organizarán purgas de todo aquel que se atreva a disentir de la versión oficial, acusado de traición a la patria y el castrismo seguirá siendo, la enfermedad infantil del latinoamericano. (Revista Zeta No. 2063, 19/08/2016)
Elizabeth Burgos | Especializada en etnopsicoanálisis e historia.
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